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FRANCIA 98

Brasil eleva a los altares a 'san Taffarel'

Juan Arias

Brasil tiene un nuevo santo: san Taffarel. Del norte al sur del país nadie pone en duda que el portero brasileño hizo el milagro que todos esperaban. Ayer lo consagraron los dos grandes diarios nacionales de información. El Jornal do Brasil, de São Paulo, abrió a toda página su suplemento de deportes con este título: "san Taffarel", y O Globo, de Río de Janeiro, escribió: "En el día de san Claudio el milagro lo hizo san Taffarel". Y el popular escritor Roberto Drummond, autor de la novela El olor de Dios, compuso una oración al portero san Taffarel minutos antes de los penaltis que publicó ayer con relieve el Jornal do Brasil. Todo el país se había paralizado desde las primeras horas del martes. La televisión había difundido la noche anterior normas de prevención médica para evitar problemas cardiacos. Y es que Brasil tenía miedo. El rey Pelé había afirmado que Holanda es mejor equipo que Brasil. Sus palabras no gustaron y le respondía la gente diciendo que a pesar de todo "Dios está con Brasil".En las calles y plazas de Río, de São Paulo, de San Salvador de Bahía, de Belo Horizonte, la gente se concentró para ver el partido juntos en pantallas gigantes. En los momentos de alegría o de tensión los hinchas se abrazaban a los policías y a las fuerzas del Ejército y bailaban juntos y cuando Holanda fallaba un gol el grito era unánime: "¡Dios es brasileño!". De hecho, el columnista Tutty Vasques escribió ayer: "Fue Dios, Holanda".

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Si en otras ocasiones los brasileños confiaban en su ídolo nacional Ronaldinho, esta vez, ante el miedo de Holanda, habían invocado a todas las fuerzas sagradas del país. Los mayores le pusieron velas a san Judas Tadeo, abogado aquí de las causas imposibles. En Bahía se hacía vudú, entre los indios de la Amazonia se invocaba a los dioses de la selva y hasta las monjitas católicas invocaban a la Virgen para que les diera un día de alegría a los millones de pobres de Brasil.

Tras el milagro de san Taffarel, todos, chicos y grandes, se interrogaban sobre el fenómeno brasileño del fútbol. El escritor estrella del momento, Paolo Coelho, autor de El alquimista, que lleva vendidos 12 millones de libros traducidos en 39 países, fue el comentarista brasileño del Mundial para la prensa francesa. El martes vio el partido desde su piso frente al mar de Copacabana. EL PAÍS lo visitó momentos después cuando toda la playa de Río hervía en fiesta. El escritor estaba sin voz porque había abierto las ventanas y se había hinchado a gritar cuando san Taffarel paró los penaltis.

Él, como mago bueno -título que ningún brasileño le niega- tiene una explicación para la victoria de Brasil. "Tenía que ganar", señaló, "porque era tal la concentración de energía positiva que se había aunado en el momento de los penaltis, llegada de todos los rincones de este país donde no hay barreras entre lo sagrado y lo profano, que los holandeses no tenían nada que hacer".

Eduardo Vasconcellos, catedrático de Arquitectura de la universidad pública de Río, lo resumió así : "En otros países el fútbol es deporte. En Brasil es catarsis colectiva".

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