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Reportaje:

Pizzas a 100 por hora

El Defensor del Menor analiza sobre el terreno la violencia de algunas maquinas recreativas, en particular una que simula las carreras alocadas de los repartidores de comida

Antonio Jiménez Barca

La pretensión de una empresa española de colocar una réplica de la silla eléctrica en los salones recreativos de Madrid ha puesto en solfa las máquinas que pueblan estos recintos. El aparato, un asiento de madera con grilletes en los reposabrazos, se basa en aguantar el máximo tiempo posible las vibraciones inocuas que produce el mecanismo, que simula el achicharramiento del condenado. En Madrid no sólo el Gobierno regional está en contra de su instalación; el defensor del menor, Javier Urra, la criticó por "banalizar la muerte". Pero, ¿qué otros artefactos se esconden en estos salones llenos de ingenios mecánicos? Para averiguarlo, EL PAÍS invitó al Defensor del Menor a pasearse por uno de estos salones. Aunque en ninguna máquina advirtió delito, Urra sí que pudo comprobar cómo algunos ingenios se sirven de la violencia y otros sacan jugo de situaciones poco recomendables para la juventud. Así ocurrió con la máquina llamada Radical Bikers, que simula la atropellada carrera de un pizzero para llegar a su destino en el mínimo tiempo posible. "Hay que evitar que las empresas fuercen a los jóvenes a ir tan rápidos", señaló Urra, quien prometió presentar una recomendación para acabar con esta práctica.Éste es un resumen de lo que vio el Defensor del Menor en su visita al salón recreativo.

Contra los terroristas. En la pantalla surgen, detrás de ventanas, parapetados en los coches de la calle o escondidos detrás de edificios, terroristas de mala catadura que el jugador tiene que liquidar a balazos. Pero ojo: también aparecen de vez en cuando ciudadanos que no son malhechores y que el usuario debe tratar de no abatir en la refriega. Si mata a uno solo de los viandantes, el usuario queda eliminado. El Defensor del Menor observó funcionar esta máquina durante un buen rato y concluyó: "La filosofía está clara: el bueno sólo consigue su objetivo con violencia. Parece que la única manera de triunfar es abatir al contrario"

La princesa Ana. La siguiente máquina examinada por Urra se llama Time Crisis y es de factura y mensaje parecido: un elegante joven repeinado, que sólo habla inglés, debe rescatar, pistola en mano, a la princesa Ana de un castillo defendido por villanos armados con metralletas. "Otra vez lo mismo", fruncía el ceño el Defensor del Menor: "La única forma de llegar al final es llevarse por delante a los oponentes".

Puñetazo de adrenalina. Al lado de Time Crisis se encuentra Real Puncher, que consiste, por 100 pesetas, en pegarle un guantazo por las buenas a un puching ball conectado a un mecanismo electrónico que indica la puntuación alcanzada. Cuanto más fuerte el golpe, más puntos y más posibilidades hay de que desaparezca el monstruo de la pantalla. "Es sólo una descarga de adrenalina. Nada grave", opinó Urra.

Peripecias de pizzeros. El Defensor del Menor se interesó mucho por las máquinas que simulan la conducción de un automóvil. "Lo más denunciable de estos juegos es que, por lo general, para ganar la partida hay que conducir como si estuvieras solo en la carretera, sáltandote todas las normas de tráfico", dijo Urra.

Justo a continuación, el Defensor vio el aparato que más indignación le causó en su visita a los juegos recreativos: el Radical Bikers. El argumento era simple: un pizzero recorre una ciudad (se supone que Roma) encima de una motocicleta diminuta y a toda velocidad. El juego consiste en llegar lo antes posible con la pizza a la casa del cliente. A Urra este ingenio le pareció particularmente denunciable: "Parece un simulador. Es exactamente lo que pasa en la realidad. Mi oficina prepara una recomendación para que las empresas que emplean a estos jóvenes eviten que los chavales que trabajan de motoristas en los telepizzas contravengan las normas de tráfico para poder hacer su trabajo, ya que llegar a la hora convenida, de forma legal, es imposible. Y esto se reproduce en la máquina. Está aquí, en unos juegos recreativos. No me extrañaría nada que los chavales vinieran aquí a entrenar". "Mejores reflejos". El Defensor del Menor, tras examinar y criticar las carreras de los pizzeros, se dirigió a un grupo de chicos que se esforzaba en acabar con unos seres de aspecto repugnante que custodiaban una imaginaria fortaleza donde unos renombrados científicos estaban presos. Los chicos, con revólveres de plástico y una maestría endiablada, acababan con una rapidez pasmosa con esqueletos, murciélagos y parrajacos sangrantes. Urra dialogó con los muchachos, que le informaron de que La casa de la muerte, la máquina en la que jugaban, era la más violenta de las que conocían. "No por jugar a eso te haces más violento. Sólo se te desarrollan los reflejos", le explicaba un joven. Pero el Defensor del Menor adujo: "Con estas cosas, aunque estemos de acuerdo con el chico, los chavales se acostumbran a estar con una pistola en la mano. Además, todas las imágenes son grotescas, deformes, con mucho humo y fuego".

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Con todo, para Urra, ninguna de estas máquinas es tan perjudicial como "la silla eléctrica". "Son algo negativo, bordean lo tolerable, pero no tienen nada que ver con la otra máquina. Hay que tener en cuenta que son los buenos con los que se identifican los jóvenes", dijo Urra.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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