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ETA ASESINA A OTRO EDIL DEL PP

Las juventudes de KAS intentan boicotear el pleno por Zamarreño

Debían ser unos cien. Todos cortados por el mismo patrón: pantalones vaqueros y de chándal, zapatillas de deporte, camiseta por fuera, aretes en las orejas y actitud agresiva, desafiante. Se apostaron frente a la puerta del Ayuntamiento de Rentería. Intentaron, fieles a un guión premeditado de insultos y empujones, boicotear el pleno en memoria de Manuel Zamarreño. Sus hermanos mayores -los asesinos de ETA- lo habían matado por la mañana. A ellos -simples matones de Jarrai- sólo les correspondía ensuciar su nombre, todavía de cuerpo presente.

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ETA ensayó ayer una nueva pirueta macabra. Hasta ahora, después de matar, esperaba unas horas, unos días a veces, aunque sólo fuera para engrasar de nuevo sus pistolas, para elegir a la víctima siguiente. La gente pacífica -los vecinos del muerto, su viuda, los concejales- aprovechaba entonces esa paz relativa para velar el cadáver y darle tierra después. Ayer no fue así.El alcalde de Rentería, Adrián López, había convocado para las 19.30 un pleno para decretar tres días de luto en memoria del edil fallecido. Tenía previsto leer un comunicado, reunir en torno al sillón vacío de Zamarreño a los ocho concejales del PSOE, los dos del PNV, los otros dos de EA y a José María Trimiño, el concejal del PP que se ha quedado solo. También se esperaba la presencia de los cinco ediles de HB, aunque sólo fuera para que mascaran chicle, y una vez más se negaran a condenar el atentado.

Pero una hora antes, sobre las seis y media, un comunicante anónimo llamó por teléfono a SOS Deiak -el servicio de urgencias vasco- y avisó de la colocación de una bomba en la sede municipal. Funcionarios, ediles y periodistas fueron desalojados a toda prisa. Una unidad del equipo de desactivación de explosivos de la Ertzaintza acordonó la zona y comprobó que no había ningún explosivo.

Provocaciones

Los concejales se refugiaron mientras en una antigua alhóndiga municipal, hoy convertida en cochera. La escena era deprimente. Los dirigentes del PP y otros partidos que iban llegando a Rentería debieron aguantar, protegidos por sus escoltas y por antidisturbios de la Ertzaintza, las sonrisas desafiantes, provocadoras, de los simpatizantes de HB, jóvenes y mayores, tan tranquilos en sus esquinas. Cuando ya los artificieros autorizaron la celebración del pleno, un centenar de simpatizantes de Jarrai -las juventudes de KAS, la cantera comprobada de ETA- intentaron impedir la entrada de los ediles; zarandearon a Carlos Totorica, el alcalde socialista de Ermua, llamaron txakurrak (perros) a los agentes de la Ertzaintza, insultaron a los periodistas. Agredieron al reportero gráfico de TVE Manuel Ovalle y le robaron la cámara. A cara descubierta. A sólo unas manzanas de donde yacía el cuerpo destrozado de Zamarreño.La tensión fue aumentando en el pórtico del Ayuntamiento. Los alborotadores exigían a voz en grito que se permitiera "al pueblo", o sea, ellos, la entrada en el pleno. La Ertzaintza cargó para disolver a los alborotadores. Y el pleno se celebró sin ellos.

También fue aquí, hace seis meses. En la tercera fila de bancos, sentado y cabizbajo, un hombre de baja estatura, con barba y grandes entradas miraba lo que estaba pasando. El periodista, que lo tenía al lado, no había reparado en él hasta que le sobresaltó el temblor de sus rodillas. Era Manuel Zamarreño. "Usted es...". Dijo que sí, con un hilo de voz, que era él: "Yo iba el tercero en la lista, detrás de José Luis, a mí me toca ahora sustituirlo".

Ayer, en el mismo sitio, seis meses después, se supo que Zamarreño era consciente de que lo podían asesinar. Le dijo a Marisol, su esposa, que si eso pasaba, quería ser velado en la intimidad. Aunque lo mataran por concejal, quería ser enterrado como un calderero. Hoy será.

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