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Entre el cielo y el infierno en Yakarta

La salida de Suharto del poder ha producido momentáneas ondas de alivio y han empezado a volver a Yakarta muchos extranjeros. Quizá entre ellos esté un empresario español que fue entrevistado hace un mes por EL PAÍS (18 de mayo de 1998). Según sus declaraciones la situación anterior a la revuelta social era como un paraíso, y la de los últimos días se asemejaba al infierno. Seguramente esta descripción no la comparten los trabajadores (muchos de ellos niños) de las empresas que, como Nike, pagan alrededor de 150 pesetas al mes por producir zapatillas deportivas que cuestan en el mercado internacional 22.500 pesetas (según este periódico en la sección Sociedad del mismo día, página 31). Se calcula que el 82% de los 209 millones de indonesios ingresan 30 dólares (4.500 pesetas) al mes. Desde el verano pasado en Indonesia hay seis millones de parados más y han vuelto miles de emigrantes debido a la crisis de los dragones asiáticos.Cuando nuestro empresario dice que desde ahora en Indonesia «la calidad de vida no será la misma: antes había una gran seguridad» muchos disentirán, especialmente los que sufren «detenciones arbitrarias, torturas, y hasta la muerte», según Amnistía Internacional. Como los habitantes de Papúa Occidental y Timor Oriental que padecen la ocupación militar indonesia. Y el infierno es la metáfora que se les ocurrirá a los campesinos que vivían en las miles de hectáreas quemadas durante meses debido al cambio climático y a las políticas de deforestación sin control, mientras el clan Suharto robaba la ayuda que le concedió el Banco Mundial para esa emergencia.

Puede disculparse a un individuo por abusar de la mirada subjetiva y creer que un país sometido a una dictadura corrupta que se erigió sobre la matanza de medio millón de personas durante 32 años es un paraíso. Pero es grave que el poder económico y los medios periodísticos se entusiasmen con espejismos dictatoriales. Encuentro en mi archivo, por ejemplo, que en 1992 la revista Time tituló sobre Indonesia Creciendo, creciendo..., y afirmó que Yakarta ardía «en luces y promesas que reflejan la fortuna de los Siete Dragones de Asia Oriental». Al año siguiente The Economist anunciaba: La larga marcha de Indonesia sobre la pobreza está casi terminada. Estas euforias acompañaban las políticas del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional que apoyaron a Suharto y su corte, a los inversores extranjeros que aprovecharon los gratuitos recursos naturales y la mano de obra barata controlada represivamente, y a los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU que nunca presionaron a Indonesia por ocupar Timor Oriental desde 1975.

Esta complicidad es la misma que mantienen Gobiernos y empresas con la dictadura nigeriana para sobreexplotar el petróleo. Se trata de políticas sin visión y de corto plazo, como la inhibición europea y de Estados Unidos ante los Gobiernos de China, Argelia y Turquía en exigirles que respeten los derechos humanos. Y ¿cuánto pueden tardar los estallidos en China debido a la modernización acelerada, la destrucción ambiental, las tensiones étnicas y las expectativas sociales crecientes no satisfechas? En una conversación reciente con Emma Bonino, la comisaria de la UE para asuntos humanitarios, criticó a la comunidad internacional por esta política de apoyar a «hombres fuertes» que luego se resisten o se vuelven contra Occidente. Cuando los dictadores se sienten poderosos usan la fuerza para no irse o dejar a un delfín. Entonces apelan a su supuesta capacidad para controlar al radicalismo religioso o a excepcionalidades culturales y religiosas para justificar las violaciones de derechos. Y todos acaban chantajeando a sus patrocinadores internacionales que les compran recursos.

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Después de la era colonial y de la guerra fría no se puede poner en cestas separadas a los beneficios económicos y a la moral. Una forma de concebir el beneficio es obtenerlo rápidamente sin importar los medios; otra, es tener en cuenta qué impacto produce su obtención. La primera modalidad es el «capitalismo de casino», según la economista Susan Strange. Para la segunda hay antecedentes importantes en el Estado democrático benefactor europeo y en la aplicación de los derechos humanos al mundo social y laboral.

La relación entre medio y fin en la producción y el beneficio se ha redefinido debido a la constatación de la destrucción ambiental. Ahora, la crisis asiática de 1997-1998 obliga a incorporar el factor de la crisis social y política. En el largo plazo, las dictaduras no son rentables y como afirma William Pfaff, la explosión social en Indonesia tendrá una onda expansiva más fuerte que las pruebas nucleares en la India. Cuando en 1997 cayó el dictador Mobutu en el ex Zaire, se evidenciaron las conexiones entre París y Washington con un régimen que arrasó la riqueza y destruyó las bases sociales del país. El impacto interno, regional y global de esa dictadura durará décadas: habrá más refugiados y asesinatos masivos de población, pero también investigadores sobre las responsabilidades exteriores, sea en Francia, las Naciones Unidas o Estados Unidos.

En una economía mundial especulativa los cambios pueden ser bruscos y el impacto brutal, como le ha pasado a los dragones asiáticos. A la vez, las sociedades sometidas a dictaduras estallan a través de la violencia étnica, religiosa o nacionalista y las luchas por recursos y poder. Casos como el de Indonesia son propicios para que gobiernos, empresas, sindicatos, organismos financieros internacionales, ONG (de derechos humanos, desarrollo y humanitarias), y medios de prensa debatan sobre un código étnico de las inversiones en la economía política global. Con el fin de que en Yakarta, para empezar, se estreche el margen entre el cielo y el infierno.

Mariano Aguirre es director del Centro de Investigación para la Paz (CIP). Autor del libro Los días del futuro. La sociedad internacional en la era de la globalización.

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