Zidane ilumina París
Francia, segunda selección clasificada para octavos de final
Francia es una corriente nerviosa. Nace en Desailly, en el centro de la defensa; sigue recta hasta Deschamps, en el centro del centro del campo, y llega a Zidane. Allí se hace luz. Allí deja de ser línea. Allí es un árbol con millones de terminaciones sensibles. Allí se hace corriente magnética, miles de enlaces invisibles con todos los rincones del campo. Se la transmite al balón, éste se hace espacio, un hueco que antes no existía, llega a su destino y transforma al que toca. Si le llega a Henry, se hace velocidad y gol; si es a Diomede, habilidad; a Lizarazu, empuje, a Trezeguet, remate, a Djorkaeff, peligro; a Dugarry, nada. Así fue ayer. Francia derrotó a Arabia Saudí y la luz de Zidane iluminó París.Si Zidane tuviera gol sería Pelé. Juega tan natural que hace sobrenatural al fútbol. La juega en corto (el primer gol de Henry, o toda la corriente nerviosa cumpliendo sus funciones: Deschamps, el recuperador abre a Lizarazu, éste se apoya en Zidane, que está de espaldas a la portería, sin darse la vuelta, con un movimiento de caderas, se deshace de su marcador; sin girar su cuerpo, a la remanguillé, se la devuelve en profundidad a Lizarazu. El defensa ve: llega a la línea de fondo y da el gol a Henry) la juega en largo, al primer toque o tras controlar y regatear para hacerse con el espacio. De repente es egoísta, y parece que sólo piensa en hacer una jugada de lucimiento propio; de repente es Guadiana y parece que no juega; de repente es Dios y está en todas las partes a la vez; de repente es humano, se acuerda de sus años duros en el barrio de inmigrantes de la Castellana, en Marsella, se enfada, pisa a su marcador y es expulsado. Siempre es Zidane. Y Zidane es Francia.
Francia es también Desailly y su firmeza defensiva; Deschamps y su brega y su clarividencia. Y también es Jacquet, el técnico prudente al que las circunstancias siempre obligan a dar un giro arriesgado a sus propuestas. Salió con Dugarry de titular, pero el marsellés mimado se le lesionó al intentar llegar tarde a un balón imposible. Corría el minuto 27. Forzado por la falta de delanteros, Jacquet, que había dejado en el banquillo a Djorkaeff, el otro fantasista, hizo que se cumpliera el sueño de los aficionados franceses: hizo jugar juntos delante a Henry (el joven revelación del partido inaugural) y a Trezeguet, el rematador del Mónaco, su compañero habitual. Cómo cambian los tiempos: de Guivarc"h, el torpón que se lesionó el primer día, a Dugarry, el torpón que se lesionó el segundo. De ahí, a Trezeguet, un abismo. Con la complicidad de la defensa árabe, ambas joyas monegascas se hincharon. El fútbol luz se llenó de megavatios, de alegría y de juego. Y de goles. En el de Trezeguet con la ayuda del portero, el seguro hasta entonces Al Dayea, el mejor guardameta asiático, al que se le escurrió el balón de las manos en una salida; en el segundo de Henry, con la ayuda de un defensa, que, apremiado por el veloz delantero, controló mal un balón largo lanzado por el portero Barthez. La fiesta la completó el proscrito Djorkaeff. Salió en el segundo tiempo y marcó en dos jugadas las diferencias con el hábil y voluntarioso Diomede. En la segunda, en la que también intervino Pires, otro de los hábiles, su taconazo fue asistencia para el gol que premiaba el gran partido de Lizarazu.
Zidane se ganó su expulsión. El fútbol lo echará de menos en los dos próximos partidos. Le echará de menos la afición francesa, que ayer salió de fiesta a los Campos Eliseos, celebrando un triunfo que les llena de optimismo. Y, desde luego, no le echarán de menos los futuros rivales. Quien sabe si, para ese caso, se encontrarán los hombres de Clemente, puesto que en las cuentas de última hora, Francia se encontraría con España en unos hipotéticos octavos de final. Sobre Zidane va a pesar el precedente del holandés Kluivert, que ha sufrido una sanción de dos partidos por un hecho similar en el Holanda-Bélgica. Si el precedente se cumple, Zidane no aparecerá en escena hasta los cuartos de final.Se lo pierden los franceses, pero también el fútbol.
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