Hijos dilectos
Siempre me ha resultado curioso la costumbre de nombrar a alquien más allá de su nombre y su pertenencia a una familia y un lugar. Nombrar, por ejemplo, doctor honoris causa por la universidad de equis a un señor peinado impecablemente a la gomina como Carlitos Gardel y hoy sentado en el banquillo de los acusados por habere quedado -presuntamente- con algo que no era suyo y que se ha perdid entre los andamios de la ingeniería financiera. O hijo dilecto de una ciudad o un pueblo o un país a alguien que accidentalmente nació allí y llegó a destacar como inventor, investigador, futbolista o filántropo. Supongo, que, a partir de ese momento la persona acreedora de ese título y honra pasa a ser un hijo de todos, el descendiente generalizado.Dilecto significa amado con voluntad honesta o con amor reflexivo, y su aplicación supondría un reconcimiento a méritos o actuaciones dignas de semejante recompensa afectiva. Yo hubiese preferido que Lizarza nunca tuviera a nadie dilecto como hijo o hija comunitario si para ello era necesario buscarlo en alguien que llevaba en los bolsillos una lista con 600 futuros cadáveres y guardaba muerte embotellada en lóbregos escondites. La infinita tristeza de la muerte no es solamente la de Ignacia Ceberio, sino la de cualquier ser humano en cualquier lugar.
Tal vez habría que dejar de nombrar hijos dilectos y comenzar a educar hijos normales y corrientes, alejados del tiro en la nuca, la Goma 2 y el zulo aterrador. Tal vez tendríamos que desarmarnos de una vez y amarnos un poco más cada día. Para recuperar la costumbre, digo.- . .
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