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Tribuna:
Tribuna
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Un inmenso vacío

Justo, oportuno y razonable resulta, sin duda, que la situación económica de las clases españolas menos favorecidas por la fortuna haya experimentado, en términos generales, una inmensa mejoría desde los tiempos trágicos de la Monarquía, la República, la desgarradora guerra civil española y su interminable posguerra. Es bueno, es positivo, que los antiguos hermanos proletarios puedan hoy no sólo llenar la andorga de los suyos, sino también poseer una vivienda digna y propia, y quizá una casita en el campo, un coche, o acaso dos, dar posiblemente una carrerita a sus hijos, quitándose en ellos la terrible espina de no haber podido acceder durante su propia juventud, por falta de medios, a la educación o incluso a la cultura. Buena es la superación del odio atávico, por desgracia archijustificado desde la privación y la miseria, hacia el terrateniente, el patrono, el cura, la derecha arcaica y prepotente. Y todos los españoles debemos felicitarnos.Lástima que el precio moral que la sociedad ha pagado, todos nosotros hemos pagado, por dicho triunfo de la justicia distributiva haya sido tan alto, lástima que el pueblo llano de nuestro país haya perdido, junto al ánimo de revancha, el sentido crítico, el entusiasmo político, la ideología e incluso la intercomunicación reconfortante con los de su clase. La tele es su único nexo de unión; el fútbol, su opio; la vida y milagros de los famosos, aquello que, a falta de vida propia, llena sus ocios, reemplaza el calor de los compañeros, la vida afectiva, la convivencia. Tras este castillo de naipes trucados, sólo queda un inmenso vacío.

En cuanto a la condición de famoso, digamos que cualquiera que salga en la tele reiteradamente, sean cuales fueren sus habilidades mediáticas, y no digamos sus méritos, o su catadura moral, es adorado por las masas. Divas apócrifas hijas de alguien conocido, o por sus escándalos sexuales, garañones importados, reyes, políticos que utilizan poder para asomarse a la pantalla tonta, sí, sí, tonta... En Madrid, hasta los santos se han hecho famosos a base de metérnoslos la tele en casa (particularmente, Telemadrid). Yo no soy nada santero, y a mucha honra, y, sin embargo, Jesús el Pobre, con residencia en la iglesia de San Pedro el Viejo, calle del Nuncio, me inspiraba una especial ternura próxima a la devoción. No es que me pusiera cadenonas para seguirle (lo digo con todo el respeto del mundo para quienes así lo hacen, envidiándoles su fe), sino que me tomaba mis tintos por la Cava Baja y tal, y contemplaba con respeto y una cierta emoción su paso por dicha calle, de noche y con cuatro gatos en las aceras, mientras "la procesión se movía con honda calma doliente...". Conté en esta tribuna, el año pasado, el origen de tal costumbre: "Un viernes, siguiendo la estela de las enlutadas beatas con velas que descendían por la Costanilla de San Pedro, hasta entré en la iglesia, descubrí a Jesús el Pobre y no me dio miedo (había narrado el que me producía de pequeño Jesús el Rico): era más escuchimizado que el otro, más desamparado, algo lírico, y no le acosaban las famosas, sino que era contemplado con veneración y respeto, desde lejos, por unas cuantas viejecillas del barrio. Me gustó, y desde entonces acudo todos los jueves santos a su procesión porque me da la gana, ya que no tengo raciocinio mejor para explicarlo...". Una vez publicado lo que antecede, acudí con la satisfacción del deber cumplido a mi puesto habitual en la Cava y, ¡ay!, ya nada era lo mismo. Volví a casa pensando que aquél ya no era mi Jesús el Pobre y lleno de remordimientos por hacer proselitismo de algo que no existía. He reincidido este año, por si acaso eran cosas mías, y no, no eran. Traté de cruzar la calle del Nuncio en su confluencia con Puerta Cerrada, y varias filas de mujeres bajitas y peleonas, en formación macedónica, me lo impedían. Me increpaban, además, por mi osadía. Faltaba más de una hora para que pasara el Cristo, jurábales yo que no tenía la más mínima intención de colarme, sólo cruzar; mansos maridos apoyaban débilmente a sus paris... ¡la debacle! Lo vi al fin desde Puerta Cerrada. Fue una agonía muy larga y no me queda espacio para relatarla. Sólo diré que mi Jesús, convertido en famoso de la tele, con su nueva y rica túnica de terciopelo, ya no era aquel que me había cautivado. Inmenso vacío.

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