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Primarias para ganar

Hace alrededor de 100 años, un sociólogo alemán llamado Robert Michels formuló la tesis conocida como Ley de bronce de la oligarquía, según la cual toda organización de masas, por muy democráticos que sean sus objetivos externos, está siempre dirigida por una élite cerrada. Desde entonces acá, historiadores y politólogos han confirmado la veracidad del aserto. Ocurre, sin embargo, que en la sociedad informada de este fin de siglo y en la democracia mediática que lo caracteriza, los comportamientos oligárquicos ya no son aceptables, ni siquiera en el interior de los partidos, pues la estructura clientelar que sostiene a todo aparato cerrado es vista, con razón, por la sociedad civil como algo que conduce inevitablemente a colocar los intereses partidarios por encima de los populares y a poner en primer lugar las ambiciones personales y la satisfacción de la clientela sobre los objetivos y fines del partido. Son actitudes semejantes las que explican el peligroso abismo que se abre cada día un poco más entre ciudadanos y clase política. Por eso, el triunfo de Borrell en las primarias del PSOE, representa un hito histórico que rompe con la ley de bronce, hace triunfar la voz de los militantes sobre el instinto de conservación de aparatismo, y reconcilia la organización socialista no sólo con sus antiguos votantes, sino también con la comunidad española. En Sevilla ganó Borrell, pero la dirección provincial del PSOE no parece haber extraído todos los significados del acontecimiento. Entre nosotros, y en el contexto de unas nuevas primarias, los dirigentes del socialismo sevillano dan la impresión de moverse, aún, por motivaciones que no siempre coinciden con el bien de la ciudad, o con el bien del partido. La cosa no es nueva. En vísperas de las elecciones municipales de 1987, las encuestas en poder de la cúspide socialista señalaban unas preferencias bastante nítidas: la mayoría de los consultados optaba por Antonio Ojeda, que recogía un 42,5% de la "intención de voto válido", seguido de Luis Yáñez con el 41,7%. Alfonso Lazo con el 37,6% y Manuel del Valle con el 33,7%. La dirección del PSOE nominó a Manuel de Valle y el partido perdió la mayoría absoluta en el Ayuntamiento. En 1991 la situación vuelve a repetirse, aunque ahora en los sondeos la "preferencia espontánea" de los ciudadanos cambia: el más aceptado de los posibles candidatos es el alcalde Manuel del Valle, que presenta un apoyo del 21%; el último de la fila, Luis Yánez, con un escuálido 5%. Sin embargo, éste fue escogido por la dirección y los socialistas perdieron el gobierno de la ciudad. Como consecuencia de la derrota, el entonces secretario general provincial -a quien se habían ocultado las encuestas y al que se le había impuesto el candidato que no podía ganar- dimitió. Hoy el escenario parece casi idéntico. Las prospecciones más serias señalan con claridad -a la hora de optar entre eventuales aspirantes del PSOE- una inclinación de los vecinos de Sevilla hacia José Rodríguez de la Borbolla. No obstante, la ejecutiva del partido decide empujar, lo reconozca o no, a Sánchez Monteseirín a la palestra de las primarias. O sea, por tercera vez y por razones no explicadas, el aparato socialista quiere como candidato final a una persona cuyas posibilidades de convertirse en alcalde son casi nulas, sobre todo si el electorado da en pensar que su voto al PSOE puede transmutarse, por mor de las alianzas, en un voto para Rojas Marcos. Monteseirín es un hombre trabajador, honrado a carta cabal y un buen presidente de Diputación, pero al que, en mi opinión, todavía le falta más de un hervor para poder competir con los tiburones del PP y del PA. Tampoco es el candidato preferido por los votantes socialistas, lo que lo convierte en un candidato con el que se corren más riesgos de perder. Con todo esto, otra vez entre nosotros se hace muy visible la ley de bronce, pues nos encontramos ante tomas de decisiones que habrán de ser interpretadas en base a una racionalidad de consumo interno regida por el mantenimiento de determinados rangos, pero que pueden estar al margen de los intereses del mismo PSOE. Sin duda, Borbolla puede ser percibido por la dirección socialista como alguien que, al convertirse en un alcalde en exceso popular, resultaría de complicado manejo y capaz de alterar el statu quo en el interior de la organización y en su sistema interno de alianzas. Pero dejando aparte lo que es una percepción errónea de las intenciones de este candidato, que sólo aspira a ser un buen regidor y no tiene objetivos ulteriores, sería terrible que los dirigentes utilizasen todo el poder orgánico para frenarle y con ello conducir el partido hacia una nueva derrota. Ahora bien: en esta ocasión la responsabilidad no sería sólo imputable al aparato. La fecha de las primarias ha sido fijada en un sábado de verano; la peor jornada posible para los afiliados que no son políticos profesionales ni cargos públicos. Pero merece la pena el pequeño sacrificio de un día sin playa a cambio de tener en las manos, con toda plenitud y por primera vez, la posibilidad de elegir a la única persona que puede recuperar para la izquierda el Ayuntamiento de Sevilla: José Rodríguez de la Borbolla.

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Alfonso Lazo es profesor de Historia de la Universidad de Sevilla. Ha sido diputado socialista por Sevilla entre 1977 y 1996.

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