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Tribuna
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Primarias por Sevilla

No lo tendrán fácil los historiadores cuando quieran saber qué demonios pasaba en el PSOE de Sevilla, en estos tiempos de confusión. Un laberinto de contiendas infinitesimales, alianzas efímeras, amistades destruidas... Fue lo que quedó tras el paso de los grandes mamuts. Pero alguna norma habrá que poner, alguna aguja para marear, y no marearse, en este piélago. Porque se trata de afrontar con garantías la continuidad de la segunda renovación. La que se inició precisamente aquí, contra viento y marea, en 1991, de la mano de uno de los hombres que hoy compiten por la golosa alcaldía de la capital. Me refiero a Alfredo Sánchez Monteseirín, que ya entonces defendió un sistema de primarias, además del voto individual y secreto. Y marcaremos ese rumbo con una vieja paradoja de la política, que en Sevilla se eleva a categoría de principio: casi nada es lo que parece, y lo que es casi no aparece. De modo que vayan preparándose para desmontar falsas apariencias en torno a los dos contendientes: Borbolla y Sánchez Monteseirín. Quiere el primero dar ahora la impresión de que es más renovador que el otro, y que abandera la causa de Borrell en Sevilla. No es cierto. Aquello porque en 1991, cuando Alfredo inició su escapada (con la ayuda de algunos románticos incorregibles, como éste que les escribe) Borbolla adelantó a algunos de sus fieles para que atacaran al neófito. Luego, en el congreso extraordinario de ese año, se abstuvo. Con su 8% autista, prefirió la opción personal. En cuanto a lo otro, ya se ve que intenta el aval del catalán para esta aventura, sin conseguirlo. Monteseirín, en cambio, aparece ahora como el candidato del dichoso aparato. Falso también. Importantes fracciones de la dirección no le apoyan. Lo del 91 escuece todavía. Otros tienen que saldar viejas deudas con el ex presidente. Por el lado de los hechos, también conviene atenerse a lo real, y no a las suposiciones. Borbolla ya ha intentado ser alcalde de Sevilla. No lo logró. Es el que peores resultados ha obtenido de las tres últimas candidaturas socialistas. Y no surge nada notable en su trabajo municipal, algo que haga pensar en un vuelco del electorado. Más todavía: una encuesta publicada por este periódico (atención: realizada antes de que empezara la pelea, por lo que no es aplicable a su oponente) lo deja donde mismo estaba, a pesar de ser tan conocido: el tercero, y a 12 puntos de la cabeza. Se equivocó, queriendo estar también en el Senado -en misa y repicando-, y el resultado es el que es. Sus esfuerzos de estos últimos días ya no convencen. Y los sevillanos seguro que no han olvidado que fue él, de acuerdo con Manuel del Valle, quien enterró el metro, en 1986, sin paliativos. ¿A qué insistir? Alfredo Sánchez, en cambio, está aguantando a pie firme y desarrollando todo el trabajo que le corresponde, y más. Hasta puede que demasiado. En la provincia, es el único socialista que queda ocupando puesto de relieve, y le toca estar en todas, aunque no quiera. Por lo demás, ha demostrado coherencia ideológica y arrojo, cuando había que demostrarlos, y tiene más que probada experiencia y conocimiento del medio.

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