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El juego de las sillas

IMANOL ZUBERO Si la pluralización de los mundos vitales y la fragmentación de los proyectos colectivos son características definitorias de las sociedades modernas, la sociedad vasca derrocha modernidad por un tubo. Pese al empeño de tantos por simplificar el espacio social y político vasco reduciéndolo a dos partes irremediablemente enfrentadas (empeño propio de militares y mediadores al que se han sumado con inexplicable alegría aquellas personas que, por frecuentar el territorio de las ideas, deberían ser especialmente sensibles a la complejidad de la realidad), lo cierto es que no hay combinación política que no se ponga a prueba en algún momento en el País Vasco. Es tanta la capacidad de generar acuerdos y desacuerdos que ofrece la realidad política vasca que no hay tema sobre el que, a priori, pueda nadie asegurar cuál será la agrupación política que suscite. Apostar sobre las posibles coincidencias políticas en relación a diversos temas ofrecería la posibilidad de montar en los bares porras bastante más interesantes que las organizadas con motivo del Mundial de fútbol. En los últimos días, la Ley del Deporte ha sido aprobada en el Parlamento vasco con los votos favorables de PNV, EA, HB e IU y los votos en contra de PSE, PP y UA. Una propuesta del PSE para que los parlamentarios vascos acaten expresamente en su toma de posesión la Constitución y el Estatuto cuenta con el apoyo de PP e IU, la oposición de PNV y EA y la indecisión de HB. UA critica la escasa capacidad de PSE y PP para construir una mayoría política no nacionalista. Anasagasti no descarta que el PNV pueda participar en un gobierno de coalición con el PP en Madrid si el partido de Aznar se compromete a desarrollar el Estatuto. Javier Madrazo acusa a PSE y a EA de ser lacayos del PNV al ofrecerle un cheque en blanco para gobernar Euskadi como si de un batzoki se tratara. El PP muestra su preocupación por la posible constitución de un frente nacionalista apoyado por IU. Y todo eso sin hablar para nada de los pactos de gobierno y los acuerdos municipales. Para que luego digan algunos que hay que moverse. Sólo hay una cuestión en la que el alineamiento político se ha mantenido a lo largo de años: la posición frente a la violencia. Desde la firma del Acuerdo para la Pacificación y Normalización de Euskadi, en enero de 1988, hasta la comparecencia del consejero Atutxa para explicar la pasada semana la operación de la Ertzaintza en Gernika, todos menos HB concuerdan en rechazar la violencia de ETA. Y no es que eso sea malo. Más allá de tres o cuatro cuestiones, la integración social no puede alcanzarse en las sociedades modernas sobre la base de compromisos de valor permanentes en torno a las más elevadas metas; se va construyendo con materiales frágiles, a partir de compromisos débiles, limitados en el tiempo. La obsolescencia aparece incorporada no sólo a los productos que consumimos, también a los vínculos que establecemos y a las relaciones en que nos involucramos. Para bien o para mal, todo en nuestras vidas lleva bien a la vista la fecha de caducidad. ¡Cómo esperar otra cosa de la actividad política! Lo preocupante es que todo ese movimiento, todo ese mareante frenesí, se queda en nada. Se trata de una sofisticada versión del juego de las sillas en el que cada participante corre y corre mientras suena la música para, una vez finalizada ésta, volver a sentarse en la silla de la que había partido. Cada uno retorna a su silla cuando cesa la música, vuelve a levantarse y, según cuál sea la melodía, se aproxima a unos o a otros, corre un trecho con este o con aquel, hasta que llega el momento de sentarse de nuevo en el sitio de siempre. Y así una y otra vez. Nadie parece tomarse en serio el contacto establecido mientras sonaba la música. Todos vuelven a distanciarse cuando llega el momento de sentarse. Los únicos que se quedan de pie, sin silla, son aquellos ciudadanos que se toman en serio el juego.

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