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Vivos y muertos

DE PASADA"Los vivos intentan retener lo que los muertos abandonan". O algo así cantaba Lou Reed en uno los primeros discos de la Velvet Underground, dentro de un salmo interminable, surreal y casi profético. Prodigy reúne el sábado en La Malagueta a 11.000 personas: una informe masa humana saltando, como en los estadios de fútbol, como en los mítines políticos o los desfiles de la victoria. Se entiende de las letras poco: "fucking you dead" o ese estribillo donde se incita a "golpear a la puta que te acompaña". Los cantantes de Prodigy parecen muertos vivientes: zombies de otro mundo. Hace una semana en el diario Sur un antiguo empleado de Parcemasa encausado por el fraude de las funerarias ocultaba su rostro para decir que no era el único, que él no fue el que más cadáveres de muertos paisanos quemó en clandestinidad para vivir un poco mejor. Ese hombre en la desesperación sabe que la inocencia o la culpabilidad sólo son términos definidos por comparación y jerarquía. Hay quien quemó y cambió muertos desde un despacho y no lleva esposas. Los vivos aprovechan lo que los muertos abandonan. En esta ciudad de comercio de cadáveres, los escritores se han hecho amigos, lo proclaman orgullosos, se ayudan entre ellos (esta semana hubo presentaciones/homenaje a Rafael Pérez Estrada o Juan Manuel Villalba: los escritores utilizan la notoriedad para destacar públicamente los valores literarios de la obra de un compañero). Elllos también escriben cadáveres, aunque exquistos y novelados y hasta se prestan personajes: la historia de Luis Sanjuán, El koala, el maestro de escuela que se convirtió en personaje en las novelas de doce escritores, de la mano de Antonio Soler y José Garriga va camino de transformarse en fenómeno mediático. Radios, diarios, revistas y televisiones asedian su cualidad fieramente humana y él quiere volver a ser el que era: un amigo de sus amigos. Mientras los vivos hacen lo que pueden con el eco de los muertos, José Antonio Muñoz Rojas, antequerano, horaciano y ajeno a lo mediático, recibe con serenidad el premio Luis de Góngora de la Junta. Hace años dedicó a Ángel Caffarena, otro amigo, el hombre que editó versos a todo el mundo, muerto de ángel hace unos meses, unas coplas: "que seguís estando ardiendo / tras vuestras sombras perdidas / por mi corazón adentro". Un hombre oculta su rostro en el periódico porque no quiere pagar él solo por toda la humanidad.

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