El descanso del guerrillero
Francisca Osorio Lucas no fue un solo día de su castigada vida a la escuela y ahora está en la Universidad. Tiene 45 años, es guatemalteca de la región del Quiché, de la misma etnia quiché a la que pertenece Rigoberta Menchú, premio Nobel de la Paz y flamante premio Príncipe de Asturias de Cooperación. Francisca es madre de siete hijos, "abuelita" de tres nietos, ha sido guerrillera en su país y forma parte de la delegación de miembros de la Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca que asiste a un curso de formación política en la Universidad Carlos III. "Aprendí a leer y a escribir en el camino", dice Francisca. "Tampoco sabía hablar la castilla", dice en referencia al español, idioma que convive en este país centroamericano con 22 lenguas autóctonas. Aprovecharon el sábado para descansar de las actividades académicas y visitar Sevilla. "En mi país hay fundamentalmente dos problemas económicos", dice Carlos Barreda, 24 años, economista, uno de los pocos miembros del grupo con carrera universitaria, originario del Altiplano, de Zacatepequis. "Por un lado, el problema de la distribución de la tierra: un 90% del total está en manos del 2% de la población. Por otro, el gravísimo problema fiscal". La culpa de esa desigual distribución de los recursos se la echan a una minoría representada en el poder por Álvaro Arzú Irigoyen, un presidente de ascendencia vasca. "Es de las familias criollas y terratenientes, aunque tiene el mérito de haber firmado el acuerdo de paz", señala Pedro Pablo Palma, secretario de formación y capacitación política de la URNG, curtido en el frente guerrillero. Dejó los estudios de arquitectura cuando optó por la clandestinidad. Conocido como Pancho por sus compañeros, Palma ya estuvo en España en 1975, con Franco todavía vivo, y viajó con una documentación falsa. Como si fuera un novelista, se inventó su propio nombre: Jesús Ledesma. En la guerrilla desde los 22 años, mandó el frente de las montañas de Sololá y Chinaltenango. Admite cierta nostalgia del hábitat del combate, aunque con matices. "Es algo que no tiene nada que ver con los veteranos del Vietnam. Lo que más echas de menos es la convivencia íntima con la naturaleza. En las montañas estabas integrado en la vida natural y veías unas muestras de hermandad y solidaridad que es muy difícil encontrar en la vida civil". Esas ventajas no se veían empañadas por los riesgos de vivir a la intemperie con el enemigo en ciernes. "No tanto. Teníamos a nuestro favor el control del terreno y el apoyo de la población circundante. Por eso nunca fuimos una guerrilla perseguida. Cada vez que el ejército venía a buscarnos a la montaña, lo derrotábamos militarmente". Los acuerdos de paz devolvieron al ejército a los cuarteles, aunque sectores desafectos al proceso de paz sigan campando a sus anchas. Los mismos que asesinaron al obispo auxiliar de Guatemala, Juan Gerardi. "Estaba redactando una memoria histórica de todas las barbaridades que había cometido el ejército, los estaba desnudando", dice Baltasar Zapeta. En la Universidad Carlos III han recibido un curso breve pero intenso sobre la transición española impartido por protagonistas de dicho proceso como los ex ministros Íñigo Cavero, Virgilio Zapatero o Matilde Fernández, el ex presidente del Congreso de los Diputados y actual rector de dicha Universidad Gregorio Peces-Barba o los políticos Txiqui Benegas o Luis de Grandes, actual portavoz del PP en el Congreso. Estos 25 guatemaltecos forman el octavo de los diez grupos que por iniciativa de la Fundación Pablo Iglesias vienen de su país para recibir esta formación. Representan a algunas de las 23 etnias reconocidas en Guatemala. "En los años de conflicto hubo mucha mezcla entre las etnias, quichés con catchiqueles, mames con quetchíes, todos con mexicanos", dice Zapeta de un país lastrado por una cruenta guerra civil a la que puso fin el acuerdo de paz suscrito en Madrid a finales de 1996. Un país que siempre tendió a peleas endógenas con la excepción de un patriarca otoñal digno de novela, el presidente guatemalteco Justo Rufino Barrios que a fines del siglo XIX pretendió hacer de Centroamérica un solo país y murió en pleno combate en El Salvador defendiendo su utopía confederal
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