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Escrito en la piel

Los mejores artistas del mundo en adornar el cuerpo se citan en la I Feria de Tatuaje de Madrid

Más que una moda, tatuarse es una actitud vital, casi una filosofía. Desde tiempos inmemoriales, la humanidad se ha pintarrajeado el cuerpo de una manera u otra. De forma eventual, el maquillaje, y perenne, el tatuaje. El tatuaje en Occidente se ha relacionado con los marineros y legionarios; luego, con el rock and roll y los hippies. En la Polinesia, los indígenas no se dejan un milímetro de piel sin tatuar. Pero ya no hace falta ser de una tribu concreta para someter la piel a la aguja cargada de tinta.De ayer al domingo, en la Casa de Campo (recinto ferial, pabellón 12, 1.000 pesetas cada día), se celebra la Primera Convención Internacional de Tatuaje Ciudad de Madrid. Un encuentro con los principales tatuadores del mundo, los más atrevidos diseños y las técnicas más modernas para dejarse la piel más decorada que la cúpula de la Capilla Sixtina.

La idea parte del tatuador madrileño Mao (de Mao & Cathy), en colaboración con Pro-Arts, un estudio de tatuaje de Barcelona. Mao lleva casi 20 años viviendo del tatuaje, tanto como tatuador como tatuado. "Llevo el 60% de mi cuerpo tatuado", dice orgulloso. "Y quiero tatuarme el otro 30%", añade. Surge la pregunta: ¿Y el otro 10%? "La cara, ni tocarla; el cerebro ya lo tengo tatuado".

Casi 60 casetas enseñan sus catálogos con los complicados dibujos que pueden hacerse. "Una cosa larga queda bien en el brazo. Una cosa redonda, en el culo", aconseja una experta tatuadora a una muchacha indecisa que va a tatuarse por primera vez. Todo es posible para ponerse la piel como un tebeo. Desde la cara de Frankenstein, Burt Simpson, un vikingo, una serpiente o un corazón atravesado por un puñal. Y hasta la cara de un ser querido: un moderno sistema transforma cualquier foto en una calcomanía que se pega al cuerpo para que el artista lo rellene de colores.

Por un tatuaje se pueden pagar desde 4.000 pesetas, como un pequeño trébol o cualquier simbolito que se tarda en tatuar un cuarto de hora, hasta precios incalculables. El trabajo, muchas veces, va por horas, que se pueden llegar a pagar hasta a 20.000 pesetas. Una espalda entera puede terminarse en 15 días, a razón de cuatro horas diarias. Échese la cuenta. Y el dolor. Claro que para eso hay que quedar cuando acabe la feria.

La atracción durante estos días la constituye el puesto de los polinesios. Tres etnias distintas, llegadas de las islas de los mares del Sur, enseñan su técnica tradicional del tatuaje. Líneas geométricas y dibujos más simétricos, en contraposición con el tatuaje que se conoce en Occidente. Tanto en el tatuaje moderno como en el tradicional, la higiene en la feria es extrema. Cada tatuador opera con agujas nuevas cada vez y guantes desechables.

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