Salas empieza matando
El chileno confirma en su estreno su cotización
José Marcelo Salas Melinao se remitió un partido más a su expediente y dejó a la prensa chilena e italiana sin una sola respuesta. La hoja de servicios de su debut en el Mundial no admite cháchara: el ariete remató dos veces entre los tres palos y marcó dos goles, recibió una falta y marró tres disparos los tres minutos antes del tanto del empate. Justo en el momento en que encontró la portería ya no volvió a errar. Por encima de cualquier atributo, es un rematador nato y, como tal, no gusta de adornos ni da expliciones; simplemente baja la cabeza, asiente, murmura algo y desde que en River le instaron a tomar la palabra cuando le pregunten responde lo justo.Igual da el club en el que actúe. La actitud de Salas, cumplidos los 23 años, es la misma y aunque los periodistas de Italia le auguren problemas para la próxima temporada en el Lazio si sigue mudo o sin decir gran cosa, quienes le conocen anuncian que nunca cambiará, porque lleva sangre india, es hijo de madre mapuche y no conoce ningún otro ritual que el del gol desde que nació el día de Nochebuena en Temuco, a unos 800 kilómetros al sur de Santiago de Chile, en la región de Araucania, donde se le supone una infancia difícil.
No debe ser fácil jugar a fútbol entre ventoleras y piedras. Salas, sin embargo, no dejó rastro de su infancia. No tiene otra razón social desde que fichó por el Universidad de Chile que el gol. Siempre el gol. La suya es una tarea impecable. Equipo en el que juega, equipo que gana el campeonato.
Hizo campeón al Universidad de Chile, equipo que llevaba un cuarto de siglo sin ganar la Liga, y triunfó en el River tras ser despreciado por Boca. Dijo Carlos Salvador Bilardo que nunca un chileno triunfó en Argentina, así que Salas cogió la maleta de nuevo y dejó Buenos Aires para regresar a Santiago. No tuvo más noticias de Boca y sí de River. El equipo del Pelado Díaz le contrató y Salas se vengó marcando un gol en la Bombonera, el feudo de Boca, en el primer gran clásico argentino de su carrera.
Ganador del torneo de apertura y clausura por dos veces, El Matador de River se graduó ganando la Supercopa y metiéndole un gol para el recuerdo al Sao Paulo: enganchó la pelota en el aire, se la cambió de pie, dejó pasar a uno y otro zaguero y la clavó en la red. Un gol para guardar en la videoteca.
Tal llegó a ser su acendiente que la hinchada le adoptó al grito de Ssschileno y Enzo Francescoli, el uruguayo que capitaneaba el equipo, le nombró su sucesor.
Para desgracia de River y suerte de Boca, Salas ha acabado seducido por la lira italiana, y el próximo curso militará en el Lazio, club que ha pagado unos 3.000 millones de pesetas por el traspaso. Gustavo Mascardi, su agente, le ha negociado un buen contrato y el Matador percibirá unos 250 millones de pesetas netas al año durante cinco temporadas.
Casado con la hija de Sergio Messen, ex jugador del Colo Colo, Salas se dispone a instalarse en Roma para demostrar que los chalecos antibalas de los italianos son incapaces de resistir su munición. No podía tener mejor presentación en el calcio que los dos goles que le marcó a Italia en su debú mundialista. Como ya pronosticó el profesor chileno Ziley Mora Penroz, el Matador parece dispuesto a seguir la senda del cacique mapuche Kalfukura, cuya leyenda asegura que jamás salió derrotado en una guerra. Jamás, y menos en el Chile más pudoroso, ha renegado de su origen mapuche.
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