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Tribuna:LA DEMOCRÁCIA INTERNA DE LOS PARTIDOS
Tribuna
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El milagro de las primarias

El autor hace una defensa de las elecciones internas del PSOE por lo que han supuesto de cambio en la cultura política del socialismo español

Parece un milagro que la experiencia de elecciones primarias en el PSOE esté saliendo adelante sin problemas graves, a pesar de la sucesión de errores cometidos. En efecto, si analizamos la secuencia que va desde las primeras vacilaciones respecto al papel de la Ejecutiva en el proceso hasta el bypass de Cristina Almeida en Madrid, se pone de manifiesto una alarmante incomprensión, por parte de muchos dirigentes socialistas, del cambio irreversible que la convocatoria de primarias supone para la cultura política del socialismo español.Cuando hace cinco años Ramón Vargas-Machuca, Manuel Escudero y yo propusimos la celebración de primarias, no se nos hizo mucho caso. Las objeciones que por entonces escuché de los pocos amigos que se dignaron prestar alguna atención a la propuesta se pueden resumir en tres. En primer lugar, las elecciones primarias no garantizan la selección del mejor candidato para ganar unas elecciones abiertas a todos los ciudadanos porque el cuerpo electoral de las primarias no es representativo de los electores finales. En segundo lugar, las elecciones primarias serán una fuente segura de enfrentamientos internos que debilitarán la posición del partido en su conjunto y aun la del propio candidato ganador. Por último, el procedimiento de las primarias encaja mejor en una cultura de la política como espectáculo que en la cultura política de los partidos socialistas europeos, mucho más serios y formales.

Estas objeciones no están exentas de razón. Pero antes de entrar a discutirlas conviene tener bien presente cuál es la finalidad fundamental que justifica la instauración de las primarias: se trata simple y llanamente de un mecanismo para garantizar que los partidos mantienen sus puertas abiertas al exterior en un momento esencial de su actividad política. El objetivo específico de las primarias (y eso es lo que explica el éxito de público que han logrado) no es propiamente ganar unas elecciones, sino cambiar, en su caso, la forma de ganar.

Vistas así, las primarias no deben concebirse como una oportunidad para la bronca interna, sino más bien como una especie de operación de marketing. Los candidatos no deben acudir a las primarias con el ánimo de competir entre sí por el poder interno de la organización (Borrell lo vio desde el principio y Almunia al final también), sino con el de contraponer alternativas políticas dentro de un proyecto común. Es fácil ahora contestar a las tres objeciones anteriores. La primera se puede responder, para empezar, con un argumento ad hominem: es posible que el cuerpo electoral de las primarias no sea completamente representativo de los electores a los que se dirige el partido. Pero ¿mejorará la situación si restringimos aún más ese cuerpo electoral y dejamos sólo en manos del aparato la selección de los candidatos? En realidad, esta objeción no va en contra de las primarias, sino a favor de su ampliación. Por ejemplo, mejoraría mucho la situación si la afiliación a los partidos políticos fuera más numerosa de lo que es, o si se pudiera ampliar el censo de electores para incluir no sólo a los afiliados más activos, sino también a los simpatizantes. En el reciente caso de Madrid, podría haberse pensado en que las elecciones primarias pueden aplicarse no sólo a los militantes de un partido, sino también a los de una coalición, y pueden constituir una buena ocasión para que unos y otros escuchen a los que están fuera y adopten decisiones interpretando lo que la sociedad espera de ellos, y no sólo lo que la propia inercia de las organizaciones requiere.

La segunda objeción es más seria, porque uno de los factores que más perjudican las posibilidades electorales de un partido es la aparición de fisuras y divisiones internas. Además es verosímil porque, en efecto, parece bastante lógico que, a lo largo del proceso de elecciones primarias, surjan enfrentamientos entre los candidatos y sus grupos de apoyo que, sin duda, tendrán su reflejo posterior en el funcionamiento cotidiano de la organización. La respuesta en este caso sólo puede ser que, aunque se trata de un riesgo serio y probable, en modo alguno se puede considerar inevitable. Por consiguiente, lo que hay que hacer es organizar el proceso de tal manera que se reduzcan esos enfrentamientos personales y se minimicen las consecuencias internas del triunfo o la derrota de un candidato. Las primeras constituyen procesos de elección internos, pero hechos -digámoslo así- para consumo del exterior. En el caso de Madrid ha sucedido precisamente lo contrario: un problema de "relaciones exteriores" se ha traducido en un duro rifirrafe interno. Pero esto hubiera podido evitarse, como se ha evitado, por cierto, con buenas dosis de elegancia y sabiduría políticas, la ruptura entre Almunia y Borrell.

Y ya podemos imaginar cuál es la respuesta a la última objeción. Es cierto que procedimientos como el de las elecciones primarias contribuyen a aproximar la política al espectáculo. Pero ¿hay alguna otra forma más eficaz de evitar que se reduzca a simple conspiración? La época de las vanguardias iluminadas de la izquierda o de las élites oligárquicas de la derecha ha fenecido hace tiempo. La política democrática se hacía en el ágora ateniense y se hace ahora en la enorme plaza pública de una sociedad mediática. Más vale asumirlo como un imperativo de nuestro tiempo en vez de seguir engañándonos en nombre de viejas tradiciones. Por cierto, una de las grandes ventajas de la candidata Cristina Almeida es precisamente su atractivo político en el espacio mediático. Así que es una pena que entre unos y otros la hayan privado de una gran oportunidad para consolidar su liderazgo en el propio seno de la coalición y en amplios sectores progresistas de la sociedad madrileña.

En definitiva, son muchas las ventajas y los valores de renovación de la política que conlleva el invento de las primarias en el PSOE. Hasta el momento ha funcionado con éxito. Sería un error sacrificarlo ahora en aras de arriesgadas operaciones palaciegas de vieja escuela, cuyo producto estará completamente quemado antes de terminar de salir del horno. Dos milagros más como el de Madrid y el PSOE verá desparramado por decenas de ayuntamientos y comunidades autónomas el enorme capital político acumulado en 20 días por Borrell y Almunia.

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Miguel A.Quintanilla es catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Salamanca.

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