_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¡Avioneta no, lluvia sí!

En las fachadas de casas deshabitadas de las carreteras y caminos que conducen al litoral murciano de Aguilas aún se leen, desvaídas por el paso del tiempo, más como efecto del sol que de la lluvia, pintadas con la exclamación de cabecera. A nadie sorprende una invocación vehemente a la lluvia en la cercanía del sector más seco de España y Europa, pero sí resulta desconcertante, cuando se desconoce el motivo, el rechazo frontal de la avioneta; y, por ello, también críptica la asociación de ideas latente en la frase. No hay, sin embargo, misterio alguno; ese par de oraciones elípticas y yuxtapuestas, casi interjecciones, abanderaron un vigoroso movimiento de protesta, rayano en problema de orden público, que concentró a multitud de campesinos de las comarcas aledañas contra supuestas, y por probar, actuaciones de empresas hortícolas para, desde una avioneta, interferir la evolución de las nubes e impedir la lluvia. Creencias similares menudean en algunas áreas costeras alicantinas. No es, en modo alguno, el propósito de estas líneas analizar el tema, controvertido y, por demás, interesante, de la producción o evitación artificial de lluvia, y menos aún terciar en la polémica o animarla, pero sí parece oportuna una breve reflexión sobre una, más que distinta, opuesta valoración de la lluvia in situ, no del agua. Esta última es, como dijera Brunhes, el bien por excelencia, interesa a todos, y al máximo; pero no sucede otro tanto con aquélla. Un régimen pluviométrico subárido de filiación mediterránea tiene como referencia básica, junto a la sequía estival, una acentuada penuria de precipitaciones, inferiores por doquier a 350 mm, incluso a 200 en algunos observatorios francamente áridos, y la extremada irregularidad, con años en los que apenas llueve; y, como llamativo contrapunto, esporádicos aguaceros de gran intensidad horaria, tan copiosos que en el intervalo de pocas horas, y excepcionalmente en sólo una, puede soprepasarse, duplicarse y hasta casi triplicarse la precipitación media anual, con pavorosas riadas e inundaciones. Sin minusvalorar estas avenidas y, con frecuencia, mortíferas, la dificultad cotidiana es la escasez de agua, sempiterno condicionamiento negativo de una cerealicultura de rendimientos muy aleatorios y, casi siempre, parvos; la lluvia resulta insuficiente, en ocasiones, incluso para una arboricultura de escasas exigencias hídricas como la que, de más a menos, integran almendro, olivo y algarrobo. Rémora más que ventaja era asimismo la elevada insolación que, con casi 3.000 horas anuales, resta eficacia a las precipitaciones, al generar una evapotranspiración potencial tres o cuatro veces superior. En actas capitulares y anales hidrológicos menudean las referencias a rogativas pro pluvia, bendición suprema para el agricultor tradicional. En cambio, son, por completo, diferentes los planteamientos de quienes han desarrollado, creando una gran fuente de riqueza, la horticultura de vanguardia, cuya piedra angular es el riego por goteo, revolucionario sistema de cultivo, que proporciona, a menos coste, más y mejor cosecha. Para esta horticultura de ciclo manipulado, bajo abrigo de plástico o al aire libre, controlada al máximo, la lluvia in situ y en particular el aguacero de elevada intensidad horaria, representa, por lo general, un serio inconveniente, en la medida que mancha o estropea un producto que debe mostrar, con aspecto impecable, su mejor cara; y puede, además, dañar los cobertizos de plástico, perturbar la planificación o propiciar ciertas plagas. La agricultra altamente tecnificada demanda agua, traída a veces de distancias considerables, y a precio elevado; pero, por las razones apuntadas, no casa con la lluvia in situ. Así, pues, las valoraciones de esta última por agricultores tradicionales e innovadores son antitéticas. Su infrecuencia, pesadilla de los primeros, constituye para los segundos una ventaja adicional; como lo es también, a despecho de la cuantiosa evapotranspiración potencial que genera, el enorme aporte energético, fundamento de las nuevas cosechas, que, concretado en temperaturas relativamente altas durante todo el año y, más aún, en gran luminosidad, deriva, a estas latitudes, de tantas horas de sol. En suma, nuevas tecnologías y sistemas de cultivo recientes han trocado en dones inapreciables condiciones climáticas secularmente adversas.

Antonio Gil Olcina es profesor del Instituto Universitario de Geografía de Alicante.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_