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La triple ELLUÍS BRUNET I BERCH

La adhesión de España al euro plantea un reto poco comentado: la convergencia sanitaria. Podría argumentarse, con cifras en la mano, sobre las décimas de diferencia en el porcentaje del PIB que nuestro país dedica a la sanidad con referencia a la media europea, y podría también correlacionarse este dato con alguno de los retrasos en el desarrollo de determinados servicios. Pero el argumento de más peso para la convergencia con Europa se refiere no tanto a la sanidad en sí misma como a la sanidad en relación con sus implicaciones económicas. En la Europa del euro las políticas económicas vendrán determinadas tanto por el incremento del PIB y las políticas de empleo como por la capacidad de cada Estado para controlar el déficit y la deuda. Nuestro crecimiento y nuestra competitividad pasan ya, de forma importante, por el control interno del gasto. Cabe preguntarse, pues, por la contribución de la sanidad a este gasto y cómo se evita su descontrol, si lo hubiere. Este escenario es el que sin lugar a dudas pone en evidencia el conflicto de las tres E. La primera E es la de la Equidad, que viene determinada por la necesidad política de mantener la cohesión social en un Estado moderno ejerciendo una redistribución de la renta mediante las prestaciones sociales. La segunda es la de la Eficiencia, que consiste en obtener los mejores servicios posibles con los medios de que se dispone. La eficiencia, junto a la calidad, debe evitar que se asignen más recursos donde peor se gastan y que se invoque el principio de equidad para no dejar de contratar servicios ineficientes. Por último, la tercera E es la de la Efectividad, que significa saber qué hay que hacer y conseguir hacerlo en cada situación y en cada lugar, resolviendo los problemas de salud que más preocupan a los ciudadanos. Podríamos adjudicar cada E a un nivel de responsabilidad concreto del sistema. ¿Puede la Administración dejar de cuidar la equidad; el directivo o el gestor la eficiencia y la calidad; y el profesional la efectividad? No obstante, parece que entre nosotros y a todos los niveles predomina lo que Pascal Bruckner llama "la tentación de la inocencia", lo que coloquialmente podríamos llamar "cómo pasar el mono". Así, la hipótesis más llevada por la Administración consiste en dejar las cosas como están, exigiendo a los gestores la eficiencia sin perder la calidad, haciendo el milagro de los panes y los peces, y sin arbitrar los medios de gestión que pudieran permitirlo. Los gestores, a su vez, opinan que no hay milagro sin implicación de los profesionales en la gestión (la de ellos, claro). Y los profesionales argumentan que no hay mejora si no es con más tecnología y más recursos (que les debe dar graciosamente la Administración, por supuesto). Últimamente no hay jornada, seminario o congreso en el que no se repita este discurso endogámico. Mientras, los ciudadanos no desempeñan ningún papel en el desaguisado: con el traspaso de las culpas todos descuidan sus responsabilidades. La Administración vulnera la equidad cuando no establece un marco de gestión claro, cuando no potencia una competencia regulada entre centros o cuando deja de arbitrar un necesario proceso de descentralización que permita ejercer su papel a los consejos de gobierno o de administración de los centros. El gestor, obsesionado por el control de gasto y sin marcos claros de gestión y de asignación de recursos, se convierte en un controlador que no controla y se autojustifica intentando demostrar el crecimiento de los costes. A la eficiencia social y a la calidad de servicio responde con un incremento económico y una mercadotecnia de la calidad del producto para complacer a los profesionales a los que desearía implicar. El profesional, implorando el reconocimiento social perdido, se aferra a trabajar por las mañanas en los centros hospitalarios por su prestigio, mientras que por las tardes se rehace de su decreciente economía individual. Su aportación a las organizaciones en las que trabaja se basa en cómo mantener una presión continua que obligue a dar más recursos y más tecnologías sin rendir cuentas más que a las sociedades científicas de su especialidad, olvidando el contrato social que implícitamente subsiste en su razón de ser profesional. Así van dejando de ser profesionales de la salud para convertirse en técnicos altamente cualificados sindicalizados a la búsqueda de su salario. Este conjunto de sinrazones deberá dar un giro y desde todas las partes deberá retomarse el debido ejercicio de las propias responsabilidades. Seguramente ayudaría, en gran manera y a todos los niveles, el incremento de la transparencia a fin de que sepamos todos cómo se asignan los recursos, cómo se gastan y qué resuelve lo que se gasta. Algo tan simple como que desde todos los niveles se haga propia la filosofía de que toda actividad tiene un coste, toda inversión debe aspirar a un rendimiento y toda deuda tiene un plazo de vencimiento. Bueno sería que los sectores empresariales, que tanto aportan a nuestra economía productiva y a los que responde esta frase, reparasen en que los mismos criterios empresariales modernos deberían regir para la aplicación de las políticas sociales, no sólo en la sanidad (donde ya se ha iniciado en el sector concertado), sino también en otros sectores como la enseñanza, las universidades o los servicios públicos en general. No aplicar los criterios de gestión empresarial a la actividad social, dejando a un sector de tanta relevancia económica en manos de una anticuada gestión administrativa propia de sectores estatalizados, supone dejarla en el pozo sin fondo que luego tanto criticamos. No resolver el conflicto de la triple E conducirá al momento en que el 20% de la población trabajará para colectivos muy superiores en número, como los funcionarios, los pensionistas y los parados, convirtiendo en regla aquello ya tan extendido de: "Hijo mío, lo primero, hazte con una plaza en propiedad". Ésta, y no otra, es la privatización más avanzada que se ha llevado a cabo hasta ahora en el terreno de lo social y especialmente en la sanidad: la de las plazas. El reto de las tres E exige una acción política y social contundente que permita la superación de un inviable Estado de bienestar para transformarlo en una sociedad de bienestar, que profundice nuestra democracia y nuestra libertad, y que alimente la esperanza de futuro de nuestros hijos.

Lluís Brunet i Berch es presidente de la Corporació Sanitària Parc Taulí.

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