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Una etarra obsesionada por su seguridad

No es extraño que Ignacia Ceberio se despertase al oír un ruido en la puerta, ni que aún le diese tiempo de empuñar su pistola y disparar antes de morir. La jefa del comando Vizcaya vivió sus últimos días obsesionada por su seguridad; en la angustia constante de los que huyen de un enemigo invisible. Su diario está escrito por los agentes de la Ertzaintza que la siguieron día y noche y que debieron hacer auténticos malabarismos para no perder su rastro.Ignacia Ceberio se levantaba a las ocho de la mañana. Viajaba de Gernika a Bilbao y ya en la ciudad su única obsesión consistía en engañar a su sombra. "Subía y bajaba de autobuses sin ton ni son", explica uno de los agentes encargados de seguirla, "y a veces ni siquiera llegaba a abonar el billete: hacía como que le preguntaba algo al conductor y volvía a bajar apresuradamente. También utilizaba el metro y los trenes de cercanías. De las 12 horas que permanecía en la calle, sólo una la empleaba en contactar con sus colaboradores, el resto consistía en huir sola por la ciudad".

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Otra de las costumbres de la etarra para despistar a sus posibles perseguidores era entrar y salir de tiendas constantemente, apostarse frente a los escaparates y observar; cambiar de trayecto luego y barrer la calle con la mirada. Los policías descubrieron pronto que la etarra disponía de ropa en varios pisos de amigos. A media mañana, entraba en alguno de ellos y se cambiaba para salir al rato con otro aspecto, como disfrazada. Vestía casi siempre de forma informal, pantalones vaqueros y camisetas.

De los últimos 10 días de su vida -cuando el seguimiento se hizo más concienzudo y perderla habría estropeado toda la operación-, Ignacia Ceberio sólo se montó una vez en un coche. Utilizó un Honda negro prestado para trasladar la troqueladora de matrículas falsas desde la lonja de Getxo hasta el piso de Gernika.

Aunque redactado con el lenguaje frío de las comisarías, el diario de Ignacia Ceberio demuestra que los terroristas a sueldo de ETA dedican la mayor parte de su vida a huir, sin saber nunca a ciencia cierta si su perseguidor sólo existe en la imaginación. Y que su victoria sólo consiste en matar y seguir huyendo.

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