Las razones del milagro español
Moyà, Corretja, Berasategui y Costa son hijos de los JJ OO del 92
Un equipo de una cadena de televisión alemana estuvo días atrás en Barcelona elaborando un reportaje sobre "el milagro del tenis español". Poco antes, un enviado de la federación británica (una de las más ricas del mundo, gracias a los beneficios de Wimbledon) se pasó una semana en la Federación Española intentando averiguar por qué ellos lo hacen tan mal y tienen tan pocas figuras, y por qué los españoles, que tienen mucho menos presupuesto, lo hacen tan bien. Que alemanes e ingleses viajen a España para ver cómo se organizan las cosas es tan revolucionario como ir a Japón a aprender flamenco.¿Cuál es el secreto español? Una vez más, los Juegos Olímpicos y lo bien que se hicieron las cosas antes de 1992. En unos años se adelantaron decenios. Las federaciones recibieron mucho dinero para sus jóvenes promesas, pero sólo a cambio de una rigurosa planificación, rechazada mil veces por el Consejo Superior de Deportes hasta que se cumplían los requisitos exigidos. Producto directo de ese cambio de mentalidad son Àlex Corretja, Alberto Berasategui, Albert Costa y Carles Moyà, que se beneficiaron directamente de los nuevos métodos de la federación. Son hijos del 92.
En estos momentos, Barcelona es la mejor escuela de tenis del mundo. Se ha especializado en producir y mimar nuevos talentos. Hay escuelas privadas de altísima calidad; escuelas federativas llevadas con mimo y seriedad; uno de los mejores centros de alto rendimiento del mundo; un siglo de tradición tenística; jugadores que han mantenido un nivel altísimo en diferentes épocas y que luego han influido entre los más jóvenes (Andrés Gimeno, Manuel Orantes, y, aún en plena actividad, Sergi Bruguera, Conchita Martínez y Arantxa Sánchez Vicario); y una generación de ex jugadores (Duarte, Urpí, Giménez, Avendaño, Casal...) que conoce el circuito al detalle y que planifica con seriedad las carreras de sus chicos. En otros lugares de España hay buenas escuelas, pero es en Barcelona donde la concentración es extraordinaria.
Hay más razones para el llamado milagro. El primer escalón del tenis profesional es el circuito satélite, que se juega durante cuatro semanas en varios clubes de localidades cercanas. Los premios son modestos, pero se ganan puntos imprescindibles para acceder a los torneos importantes. En España hay ocho circuitos, o sea, 32 semanas de competición al año. No sucede en ningún otro país del mundo, ni siquiera en Estados Unidos. Hay extranjeros que ya se han beneficiado de todo esto, como el ruso Marat Safin, la gran sorpresa de Roland Garros: vive en Valencia desde hace unos años y su entrenador es el español Rafal Mensua.
Hay, como siempre, problemas a solucionar. La crisis económica de los últimos años acabó con los torneos grandes de Marbella y de Madrid. Sólo resiste el Godó. Los patrocinadores quieren éxitos rápidos. Y cuando una promesa llega a estrella suele olvidar quién le ha apoyado durante sus inicios. El negocio es el negocio. Por eso la federación está preparando un documento que evite malentendidos: los jugadores becados que triunfen deberán devolver poco a poco el dinero que se ha invertido en su formación.
El tenis español vive en una nube, porque no es normal tocar el cielo dos veces en cuatro años, como ha sucedido en Roland Garros en 1994 y 1998. Pero tampoco es suerte. Las cosas se han hecho bien y el talento, el factor imprescindible, apareció en grandes dosis. Ahora sólo falta la traca final. Por primera vez en mucho tiempo España tiene equipo para ganar la última gran competición que le falta: la Copa Davis.
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