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El sevillano Enrique Casellas, Sirena de oro del festival de Benidorm

A ritmo de rumba y con inflexiones vocales que recordaron más de lo recomendable a José Manuel Soto, el sevillano Enrique Casellas, de 24 años, soltero y sin compromiso, se alzó en la noche del sábado con la Sirena de oro que le acreditaba como vencedor de la 31ª edición del Festival de la Canción de Benidorm. Su canción Seguramente le valió para imponerse sobre sus rivales, con 102 puntos conseguidos en la votación realizada por los jurados de las emisoras de la Cadena Dial en cada comunidad autónoma y por el de famosos que se hallaba en el recinto.

"Y eso que les dije a los de la discográfica que mi canción no pegaba con el Festival", señalaba Casellas, con el trofeo en la mano y borracho de triunfo. "Esto se lo debo a toda la gente que me ha apoyado", aseguró. "Y al Jesús de los Gitanos", añadió mientras sacaba de su chaqueta una ajada estampa donde era difícil adivinar el rostro de un santo varón. Ángel Ríos, un muchachote que se dejó llevar por la vena más lírica de la canción ligera, reunió 92 puntos que le adjudicaron la Sirena de plata. La de bronce la recibieron con saltos de alegría los componentes del grupo murciano Inesperados, en reconocimiento a su pop latino y sincopado. La maratoniana final del Festival contó con la intervención de los 12 aspirantes, que ofrecieron actuaciones calcadas a las de las mal llamadas semifinales. Vestían, sin embargo, con más elegancia, en parte por lo trascendente de la final, en parte por la hilera de personalidades -el presidente de la Generalitat, Eduardo Zaplana, y el de la Diputación, Julio de España, entre otros- que observaban sus evoluciones sobre el escenario tan hieráticos como si estuvieran en un entierro. El nivel de los artistas invitados se elevó en la noche final, con un auditorio Julio Iglesias a rebosar. Miguel Bosé salió a cantar descalzo y con un traje blanco e inmediatamente desató furores lujuriosos en parte de las féminas allí presentes; la tonadillera pantojil María Vidal sirvió para atemperar los ánimos y despertar los bostezos; y el anterior ganador del Festival, un tal Diego Daniel, demostró por sí mismo que ganar el certamen no garantiza salir de un, en ocasiones, merecido anonimato. Mención aparte merecieron Ketama, cuya deliciosa exhibición de temas pausados apenas arrancó aplausos y la salsera Lucrecia, que llegó a Benidorm para comerse el escenario. Seguridad Social, que hace una década lideraron el punk valenciano, se esforzaron por desplegar su vena flamenca ante unos mandatarios que no siguieron el ritmo con la cabeza ni por esas. Cuando actuó el último concursante, los conductores de la gala, Pedro Rollán y Ana García Obregón, dieron paso a sucesivos entremeses mientras se recababan los votos de los jurados. La espera fue larga, pero, finalmente, se produjo la conexión con la pareja encargada de transmitir el resultado. Lo hicieron desde un set situado a la izquierda del escenario, con una imagen de la bahía de Benidorm sobreimpresionada al fondo. Por eso, por mucho que Obregón se empeñara en señalar que las votaciones llegaban arrulladas por el sonido del mar, el efecto acuático sólo podía responder al de las cisternas de los retretes situados a escasos metros. Era, como la mayor parte del Festival, una ilusión. Pasada la euforia de los triunfadores y el mal trago de los que apenas recibieron votos, todos se dieron cita bajo las lonas blancas donde se servía el ágape, verdadera esencia del festival por su condición de mentidero donde se revelan los entresijos del evento. Mientras se agotaban las reservas de pollo frito y bebidas espirituosas, era momento para fotografías. Los flashes hermanaron a famosos y cazadores de autógrafos, que, como en la canción, prometieron encontrarse en el mismo sitio el año que viene.

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