La Cursa cede a San Francisco el liderazgo en el número de participantes
En medio de un gran silencio, Joan Clos, alcalde de Barcelona, alza una pistola y dispara al aire. Se abren las compuertas. Una riada humana, exactamente 63.243 personas ataviadas con vestimentas deportivas, se lanza a sudar la camiseta recorriendo Barcelona. No hay coches ni semáforos, la ciudad es de los corredores por unas horas. Es la edición número 20 de la Cursa, la carrera más popular del planeta. Son 12 kilómetros de asfalto en un circuito urbano perfectamente delimitado que permite correr con total tranquilidad. Y al ritmo que se prefiera. Unos van a hacer algo de deporte. Otros, a divertirse un rato. La Cursa parte de la plaza de Catalunya con buena temperatura y asciende por el paseo de Gràcia. Como cada año, la gran familia de la Cursa es de lo más variopinto. Estudiantes, oficinistas, amas de casa e incluso un buen número de perros. En cuanto a la edad de los participantes, los más jóvenes fueron Jordi Martí, Tais Bertran, Guillem Capmajó y Daniel Córdoba; cuatro bebés inscritos con sólo un mes de edad. Los más veteranos fueron Teodoro Mallén, de 91 años, y Julia Manzanal y Lluís Royo, de 88. Al llegar a la calle de Aragó, la vista que ofrece la Cursa desde un lugar elevado es semejante a una escena de película de huida despavorida. Una fina lluvia empieza a caer. Después de pasar la plaza de Espanya aguarda el Tourmalet de la Cursa, o lo que es lo mismo, la temida subida a la montaña de Montjuïc. Las fuerzas empiezan a flaquear y la gran mayoría de los corredores pasan a un trote ligero. Y después, a andar. En las rampas se aprecian los rostros desencajados por el esfuerzo. Pero al llegar al estadio Olímpico los participantes sacan fuerzas y echan a correr. La salida del estadio supone un pequeño atasco que la mayoría aprovecha para descansar y tomar aliento. Pero lo peor ya ha pasado y ahora empieza la cuesta abajo. En Ronda de Sant Antoni, algunos espectadores con el periódico bajo el brazo animan a los corredores. Las fuerzas se agotan, pero al llegar a la plaza de la Universitat una pancarta indica que tan sólo queda un kilómetro. Todos aprietan el ritmo, hay que hacer una entrada en meta digna. En pleno sprint, una música enlatada de ritmos discotequeros indica que se está llegando al final de la carrera. Tras pasar por la meta, miembros de la organización controlan los dorsales con un lector de código de barras en forma de pistola sideral. La Cursa ha finalizado, un refresco y a casa. Ahora hay que esperar 15 días para ir a recoger el diploma que acredita la participación en la carrera. La edición de este año no ha podido mantener el primer puesto en el ranking de carreras más populares del mundo, que pasa ahora a liderar la Bay to Breaker de San Francisco, con 71.000 personas.
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