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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Control y fatalidad

EL TERRIBLE descarrilamiento del tren de alta velocidad en la ciudad alemana de Eschede, que presentará seguramente un triste balance final de más de un centenar de muertos, trae de nuevo al primer plano de reflexión la seguridad de los transportes colectivos. La catástrofe ferroviaria en Alemania tuvo en España significativos y trágicos precedentes, aunque en el transporte de viajeros por carretera. Tres accidentes de autobuses en menos de una semana -el último, en la madrugada de ayer en la localidad aragonesa de Muel, con tres muertos y numerosos heridos- pueden ser producto de la fatalidad. En el caso del accidente de Muel, los sobrevivientes pueden incluso aludir a la fortuna, porque el autobús estuvo a punto de caer por un barranco, lo que, sin duda, habría supuesto un balance de víctimas muy superior al habido. Pero no por eso deja de ser alarmante la facilidad y frecuencia con que el transporte colectivo por carretera se ve envuelto una y otra vez en nuestro país en accidentes con resultados trágicos.Son al menos 29 personas las que han muerto en lo que va de año en accidentes de autobús en las carreteras españolas. El más grave fue el acaecido en abril en la localidad alicantina de Villafranqueza, en el que murieron 12 jubilados y otros 38 resultaron heridos de diversa consideración. La flota de autobuses ha sido objeto de una muy considerable modernización en nuestro país en los últimos años.

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Precisamente los refuerzos en la carrocería del autobús implicado en este último accidente han evitado males mayores. Tan sólo hay que recordar la tragedia de Torreblanca en agosto de 1993, que causó 46 muertos al quedar aplastada por completo la parte superior de la carrocería del autobús siniestrado. Siempre vuelve a evidenciarse que los avances técnicos para la limitación de daños no son suficientes. Porque la máxima prioridad debe recaer sobre la prevención del accidente.

Ésta se basa, por un lado, en el buen estado de los vehículos, que es responsabilidad de las empresas propietarias y de la Administración pública, con deber de ejercer el control sobre las mismas. La lacra de las compañías piratas está siendo combatida desde hace unos años, pero es un secreto a voces que sigue existiendo en diversas líneas, como también en el transporte discrecional. Otro factor para dotar de seguridad a este tráfico está en la exigible garantía de que el conductor se halle en condiciones idóneas para asumir la responsabilidad de conducir estos vehículos.

Viajes largos, en gran parte de noche y con presión horaria agobiante, siempre plantean el riesgo del cansancio del conductor. Es necesario que los controles sobre las empresas y sobre los vehículos en circulación sea intensificado al máximo. Todo ello es imprescindible para que haya que hablar de fatalidad lo menos posible.

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