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Tribuna:TRAS LA UNIÓN MONETARIA
Tribuna
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Baile de disfraces por el centro-izquierda

El autor sostiene que, tras la Unión Monetaria, España precisa una nueva estrategia y que la izquierda. al alza en Europa, es la que mejor puede desarrollarla

Joaquín Almunia

La izquierda europea está en alza y sus victorias electorales se suceden. El Reino Unido, Francia, Dinamarca u Holanda son ejemplos recientes de ese auge, que puede proseguir en Alemania el próximo otoño. Nunca la socialdemocracia había alcanzado tanta presencia en los Gobiernos europeos; ni siquiera en sus años gloriosos, previos a la crisis del keynesianismo y a la ofensiva neoliberal de los 80.Cuando Aznar se sienta en la mesa del Consejo Europeo, se encuentra ahora con nueve primeros ministros socialdemócratas, otros tres presiden coaliciones en las que hay una presencia importante de partidos de izquierda y sólo dos de sus colegas -el canciller Kohl y el irlandés Ahern- comparten con él su mismo espacio político. O tal vez, incluso, se consideran más "centrados" que nuestro presidente. Si Schröder gana, Aznar se habrá erigido en el último bastión conservador de Europa, tal como dijo desear en alguna ocasión.

El Gobierno del PP mantiene orientaciones opuestas a las corrientes mayoritarias que prevalecen entre nuestros socios de la Unión Europea. Son ya muchos los políticos conservadores que ven desde la oposición cómo los dogmas de la época dorada de Reagan y Thatcher figuran hoy en el desván de los objetos pasados de moda. Quizá fuese la contemplación de este panorama el que haya inspirado el esperpéntico intento de Aznar y Rodríguez, hace unos días, por intentar aproximarse al espacio de centro-izquierda. Pero no basta con invitar a Tony Blair a pasar un día en Doñana para conseguir que ese travestismo político sea aceptable.

Lo cierto es que el pensamiento único de los neoliberales está dando paso con rapidez a la hegemonía de las respuestas socialdemócratas. Y nuestros gobernantes han sido cogidos a contrapié. Las respuestas de la izquierda europea son plurales: no dicen lo mismo Blair, Guterres o Persson en materia de impuestos, ni Kok repite en Holanda las recetas de Jospin y Aubry para hacer frente a la exclusión social en Francia. Pero junto a esas diferencias hay, como dice Massimo d"Alema, una búsqueda común de estrategias en una izquierda que tiende a converger. Se vio en la cumbre de Luxemburgo al hablar de empleo y también lo vimos en Londres, el pasado mes de abril, cuando los socialistas europeos debatimos sobre las políticas deseables a partir del euro.

Ante la globalización, el electorado se inclina por las opciones que considera más capaces de hacer frente a esos cambios inevitables con sensibilidad y respeto por la dignidad humana. Y la socialdemocracia está recibiendo un depósito de confianza mayor porque su política no se resigna a seguir ciegamente las decisiones que emanan de los mercados. Éstos asignan los recursos, pero no sirven para diseñar una sociedad a la altura de las aspiraciones de los hombres y las mujeres que la componen.

La izquierda moderna sabe buscar un espacio europeo competitivo y, a la vez, ofrecer seguridad y protección a quienes no pueden valerse por sí mismos para sobrevivir al juego libre del mercado. Sabe asumir que la flexibilidad es necesaria para favorecer las transformaciones que exigen los tiempos, pero a la vez quiere reforzar la capacidad de los individuos para hacerles frente con éxito a través de la educación y la formación. Sabe que los servicios públicos deben gestionarse de manera eficiente y que las finanzas públicas tienen que mantener un prudente equilibrio, pero manteniendo vivos los sentimientos de solidaridad y los canales para hacerla efectiva.

Lograr esa difícil combinación entre eficiencia y equidad, entre política y economía, entre democracia y mercado, es factible. No sólo no es una quimera como sostienen los dogmáticos de un extremo y otro del espectro, sino que es lo que pide la mayoría del electorado. La izquierda europea trata de hacerlo ahora, como lo intentó el PSOE durante el periodo 1982-1996. Porque aquí los socialistas hemos llevado adelante desde el Gobierno políticas que guardan bastante similitud con las que ahora propugnan nuestros compañeros en otros países.

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En esos años, pese a las dificultades económicas de la primera mitad de los 80, impulsamos reformas importantes, tanto desde el punto de vista de la modernización del sistema productivo -re-conversión industrial, liberalización- como de la protección social -leyes de pensiones de 1985 y 1990-, de los servicios públicos -educación, sani-dad- y de otros sectores. En la legislatura 1993-1996 abordamos la salida de una fuerte recesión combinando políticas económicas de corte ortodoxo con reformas estructurales y con la expansión de políticas sociales. Además, durante los 13 años del Gobierno de Felipe González, educación e inversión en infraestructuras fueron siempre prioridades en las políticas de gasto.

Casi todas esas políticas contaron con el voto en contra de la derecha española. Es decir, que si Fraga, Hernández Mancha y Aznar hubiesen estado al frente del Gobierno en esos años, España sería hoy un país muy distinto. Más desigual, más insolidario, menos cohesionado. ¿Cuánto ha cambiado el Partido Popular de 1998 respecto de sus antecedentes inmediatos? ¿Tienen alguna base objetiva los intentos de La Moncloa por explorar el terreno progresista?

Es verdad que, durante sus dos primeros años al frente del Gobierno, Aznar no se ha dedicado a desmantelar lo que los anteriores Gobiernos habían logrado en materia de políticas de bienestar. La fortuna le ha sonreído y ha podido disponer de un margen presupuestario suficiente para que sus alternativas más drásticas no hayan tenido que ser desveladas. Como ya dijo Borrell, "con la marea alta, todos los barcos flotan".

Pero el panorama cambia al ponerse en marcha la unión monetaria. No basta, a partir de ahora, con cumplir los requisitos del Pacto de Estabilidad, que ya son de por sí muy exigentes. Hay que impulsar, además, un nuevo paquete de reformas. Necesitamos una estrategia más activa y decidida en materia de empleo; necesitamos asegurar la solvencia a medio y largo plazo de la Seguridad Social y la financiación del sistema de salud; debemos seguir avanzando en la liberalización de los mercados privados y en la mejora de la gestión de los servicios públicos. Y todo ello en un entorno de estabilidad presupuestaria y bajo la mirada atenta de un Banco Central Europeo independiente.

¿En quién van a confiar los electores españoles para formular esas políticas y llevarlas a cabo? ¿En el PSOE o en el PP? ¿En Borrell o en Aznar? Aznar, a diferencia de lo que se percibe en los Gobiernos socialdemócratas o progresistas europeos, está haciendo gala de una carencia de ideas considerable. Parece que delega la tarea en el mercado y en el supuesto rédito de votos que quiere obtener con la tan cacareada reforma del IRPF. Claro que habrá que explicar que lo que se deja de ingresar por un lado no podrá gastarse por otro. Y, siguiendo ese hilo, nos podemos encontrar, al cabo de poco tiempo, con que la distribución injusta del esfuerzo de los contribuyentes va acompañada de una serie de "recetazos".

Quizá por eso la evolución de los estudios de opinión empieza a manifestar una recuperación del voto socialista, que parece consolidarse esta primavera. No es difícil imaginar la desazón que ese programa está generando en algunos despachos de La Moncloa. Si salen a Europa, se sienten en absoluta soledad ideológica. Y, cuando conocen aquí los sondeos, presienten su futura derrota electoral.

Por eso es disculpable el afán de Aznar y Rodríguez por intentar disfrazarse con los vestidos que están de moda. Pero están condenados al fracaso. Porque cada vez es más difícil comprender qué razones existen para que el desfase español respecto del ciclo político vigente en Europa se mantenga por más tiempo. Y es probable que, cuando los españoles pasen por las urnas, el centro-izquierda triunfe también en España. Pero no en su versión esperpéntica, ya que el electorado tiene ante sí la oferta de un producto auténtico, homologable con sus amigos y compañeros europeos y acreditado aquí durante años.

Joaquín Almunia es secretario general del PSOE.

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