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AULAS

Maestros de campo

"El pueblo tiene derecho a la educación: la elemental, la profesional y la técnica". Dicho y hecho. Ángel Herrera Oria, obispo de Málaga entre 1947 y1966, creó en la provincia cerca de 300 escuelas rurales con un objetivo muy especial: "Convertirlas en centros religiosos, sociales y culturales para liberar a la población del campo de la penuria en que vivían". Una experiencia formativa que Francisco García Mota, la persona que estuvo al cargo de ellas durante 20 años y profesor de la Universidad de Málaga de Teoría de la Educación, acaba de recoger en el libro Escuelas rurales. Patronato Mixto de Educación Primaria. "Herrera conoció otras experiencias educativas como la Institución Libre de Enseñanza o las cátedras ambulantes de la Sección Femenina", recuerda García Mota. "Pero quiso hacer algo más completo porque conocía bien la situación social y educativa de las zonas rurales de Málaga". Una educación que se reducía a la labor que ejercían los maestros itinerantes. Gracias a la Ley de 1950, que contempla la creación del Patronato en la provincia, se crearon inicialmente 250 escuelas rurales. Todas tenían una estructura idéntica: una capilla, un aula, y una vivienda para los maestros, para evitarles así los paseos a caballo de cortijo a cortijo. Los Gámez, es una de las aproximadamente 80 de estas escuelas que sobreviven al paso del tiempo. Y a las reformas educativas. La Ley General de Educación de 1970 cerró todas las escuelas unitarias. "Menos las nuestras", puntualiza García Mota. Eso sí, se tuvieron que agrupar en colegios. Sus maestros tuvieron que convalidar la titulación que habían obtenido en alguna de las cinco escuelas de Magisterio de la Iglesia. En 1992 con la aparición de la nueva ley, la Logse, se creo la institución docente Nuestra Señora de la Victoria que absorbió todas las escuelas de la provincia. Pero el espíritu que las originó sigue intacto. Los Gámez es hoy, al igual que lo fue entonces, el centro de la Asociación de Vecinos, el lugar de reunión de las abuelas y las madres de los niños que hoy juegan en el patio y que, en 1957 inauguraban el aula. Y sus dos unidades aún reciben a adultos para clases de alfabetización y formación. María Jesús Díez, una maestra jubilada de esta escuela, se sigue desplazando a las casas de la zona para tomar la tensión y para ayudar a algún vecino "con los papeles" de la Seguridad Social. En la mente de María Jesús Díez los recuerdos están frescos: "Teníamos que hacer de todo", explica esta maestra rural. Hombres del campo Si algún objetivo tuvo Herrera junto a la "educación del pueblo", ese fue la formación de los maestros. "Sabía que tenían que ser hombres y mujeres sacados del campo que se fueran a quedar allí", afirma García Mota. Pero antes se hacía imprescindible una preparación para ello. El obispo de Málaga creó con este objetivo cinco escuelas de Magisterio rural con un programa muy apretado. Junto a las materias pedagógicas que se estudiaban en las otras escuelas de Magisterio, éstas impartían desde conocimientos sobre agricultura y socorrismo hasta doctrina social de la Iglesia o tradiciones populares. La mayoría de los maestros, a diferencia de María Jesús Díez que pertenece a la congregación de las Siervas de San José, eran seglares. "No se trataba sólo de que dieran clases de religión", dice García Mota. Y no duda ni por un momento en calificar el proyecto de "progresista". No le falta razón. Las escuelas rurales no sólo contribuyeron a enseñar a leer, sumar o restar -en algunas zonas el analfabetismo llegaba al 70%-. "Gracias a ellas surgieron las primeras asociaciones de vecinos y la población, que vivía en casas muy alejadas unas de otras, se agrupaba para mejorar las infraestructuras de la zona que era muy primitiva". Cuando Díez llegó a Los Gámez -"y de eso hace mucho-, los chavales más pequeños que tenía acaban de salir de la mili" y tenían que ir a buscar el agua en cántaros. "Otras labores educativas y sociales de igual y menor importancia se conocen mucho más en España que la de las escuelas rurales en Málaga. Sería una gran injusticia que ésta quedase olvidada", dice García Mota. Por ese motivo no le bastó realizar su tesis doctoral sobre eso y tuvo que escribir este libro, que ha patrocinado Caja Sur. Es una forma de "saldar una deuda que la Iglesia de Málaga y la pedagogía española tenían con esta obra".

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