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Reportaje:HUELGA MINERA EN KUZBASS

Rusia, ¿una futura Indonesia?

Los mineros que auparon a Yeltsin al poder se han vuelto contra el líder ruso. Juran que liberarán a Rusia del «presidente parásito» Aún no se trata de una explosión social. Pero estos movimientos hacen pensar ya en una situación similar a la de Indonesia

«Nuestros ferrocarriles están en coma»; este diagnóstico, emitido el domingo 24 por la mañana por la televisión rusa, se deriva de una sencilla verdad: cuando los dos principales ejes del país -Norte-Sur y Este-Oeste- están bloqueados por los mineros, en huelga desde hace 10 días, el conjunto de la red deja de funcionar con normalidad. A finales de la semana pasada, más de 600 trenes de la línea vital del Transiberiano permanecían bloqueados en Kuzbass. En Chajti, en la región de Rostov, centenares de convoyes del Transcaucasiano permanecían en vía muerta. El Kremlin fingió primero no percatarse de que esta guerra de los ferrocarriles estaba asestando un golpe de gracia a la ya moribunda economía rusa. Yeltsin se limitó a indicar que, como había firmado diez días antes un ucase sobre el pago de los retrasos en la minería del carbón, el problema ya estaba resuelto.No fue hasta el octavo día de huelga cuando su Gobierno calibró la gravedad del conflicto y envió a los dos viceprimeros ministros, Sisúyev y Nemtsov, a Kuzbass y a Chajti, respectivamente, para negociar con los huelguistas. No fueron con las manos vacías, pese a que los 400 millones de rublos nuevos que llevaron a los mineros no eran suficientes para pagarlo todo. Además, los huelguistas no hacen sólo reivindicaciones salariales: en el primer punto de sus demandas exigen la marcha del presidente y del Gobierno de Rusia. Esta consigna, escrita en unas pancartas que el país entero ve en televisión, fue adoptada por los profesores, por los científicos, por los estudiantes y por buena parte de los trabajadores, hartos de mendigar el pago de unos salarios que ni siquiera bastan para vivir. Ya el 17 de mayo, en las elecciones a gobernador en tres regiones -Smolensk, Carelia y Krasnoyarsk- muy alejadas entre sí, los candidatos del Kremlin fueron derrotados de forma aplastante. Vencedor en Krasnoyarsk, el general Alexander Lébed, con su estilo lapidario, resumió la situación de la siguiente forma: «Rusia ya no quiere estar gobernada por ladrones y por duraki (imbéciles)».

No es casualidad que el foco de la revuelta esté situado en Kuzbass. Allí, Yeltsin entregó las riendas del poder a uno de sus fieles, un «gran demócrata» que, al sentir que le detestaban, se negó durante más de seis años a convocar elecciones a gobernador. Cuando finalmente tuvieron lugar, a finales de 1997, el candidato de la oposición, Amán Gumirovich Tuleev, de 53 años, obtuvo el 95% de los votos. Hombre de la tierra, de origen kazajo, goza en esta gran región industrial de una autoridad sin parangón y no tiene reparos a la hora de acusar a su predecesor y sus protectores de Moscú: «Prácticamente han obligado a los mineros a ocupar las vías».

Las minas fueron transformadas en sociedades anónimas, y cada una de ellas se encarga de vender sus productos. Por cada tonelada de carbón, dice Tuleev, los directores de las minas, los intermediarios y los transportistas cobran al contado y a un precio alto. Para los mineros ya no queda ni un céntimo, y en muchas minas no cobran desde hace 15 meses. Eso no es todo: en las 23 minas cerradas en nombre de la reestructuración, prosigue, «echaron a los mineros como si fueran perros, sin pagar las indemnizaciones legales, ni los atrasos de salarios, ni siquiera las sumas correspondientes al seguro de enfermedad». Incluso la despiadada dama de hierro Margaret Thatcher trató a sus mineros con más consideración de lo que hicieron en Kuzbass los nuevos capitalistas rusos. ¿Por qué no se habló de ello antes? «Envié al fiscal general de Rusia, Yuri Skuratov, más de mil quejas para denunciar los abusos más flagrantes», replica Tuleev, «y no recibí ninguna respuesta». En 1989, para protestar contra la escasez de jabón en la Rusia de Gorbachov, los mineros de Kuzbass organizaron la mayor huelga de la época soviética. Para el secretario general del PCUS, que pretendía apoyarse en la clase obrera, fue un golpe muy duro y una de las causas de su caída. Convencidos de que tras haber abierto de este modo el camino a Yeltsin hoy pueden expulsarlo, los huelguistas juran que librarán a Rusia de este «presidente parásito». Moscú no parece prestarles atención. Ante el Consejo de la Federación (el Senado), el viceprimer ministro Borís Nemtsov presentó un informe sobre la reestructuración de la minería del carbón que provocó una tormenta. «Usted realiza una exposición académica mientras que el país arde», le gritaron desde la izquierda y desde la derecha, antes de aprobar por aplastante mayoría una resolución que obliga a Yeltsin a comparecer en persona para hablar del incendio. El presidente obedece, pero se toma su tiempo: acudirá a principios de junio, en una fecha que aún se desconoce.

Mientras tanto, los comunistas de Guenadi Ziugánov incluyeron en el orden del día de la Duma la cuestión del impeachment de Borís Yeltsin por haber conducido al país al desastre. Reclaman igualmente enmiendas a la Constitución que permitan a los parlamentarios de las dos cámaras elegir al nuevo presidente. Amán Tuleev, que antes de ser elegido gobernador de Kuzbass fue diputado comunista, no critica estas iniciativas, que apoyan sus propias bases. Pero, conocedor de los recovecos de la Constitución ultrapresidencial rusa, añade: «Cuando este trámite salga adelante tendré edad de jubilarme». Su preocupación más inmediata fue obtener de los huelguistas que dejasen pasar a los trenes que transportaban materias primas para las grandes industrias de ciclo continuo -metalurgia y química-, que casi habían agotado sus existencias. Luego ayudó a Sisúyev a llegar a un acuerdo con el comité de huelga que satisface casi por completo a los mineros. Fue el Ministerio de Transportes el que, tras haber amenazado a los huelguistas con llevarlos a los tribunales, terminó desembolsando los millones que faltaban para liquidar la deuda del Gobierno. Sin embargo, el comité de huelga no fue disuelto: mantiene la movilización de sus tropas hasta que se cumplan todos los compromisos de Sisúyev. La línea del Transiberiano permanece bajo estrecha vigilancia.

Por su parte, Amán Tuleev, que no se hace ninguna ilusión sobre la voluntad de Moscú de luchar contra la corrupción, inició una batalla para que se transfiera a su región una gran parte de los bienes del Estado y de las prerrogativas políticas. Kuzbass debe tener su propio banco y no 24 bancos raquíticos que, según él, «recaudan el dinero para Moscú». No es el único gobernador que reclama esta redistribución de los bienes y de las responsabilidades y, en esta ocasión, gracias a la huelga de los mineros, los partidarios de la descentralización y de un verdadero federalismo tienen bastantes posibilidades de salirse con la suya. Esto supondría un cambio histórico en Rusia.

No todos los rusos tienen paciencia para esperar. La guerra de los ferrocarriles les ha dado ideas sobre el mejor modo de obtener el dinero que Moscú pretende no tener. De Voronej -en Rusia Central- a Novosibirsk -en Siberia occidental-, los descontentos bloquean por doquier la circulación en las arterias centrales de sus ciudades durante varias horas. Aún no disponen de una organización experimentada como la de los mineros, pero empieza a desarrollarse. En Novosibirsk, en la ciudad de las ciencias, unos manifestantes corearon lemas inspirados en la ocurrencia de Yeltsin: «No queremos ser un país de duraki (imbéciles)». El mismo día, en casi todas partes del país, incluido Moscú, los estudiantes encontraron unas consignas no menos ofensivas: «No somos hijos de EE UU y no queremos serlo». No se trata todavía de una explosión social. Pero estos movimientos parciales y espontáneos hacen pensar ya en una situación similar a la de Indonesia. Incluso la caída de la Bolsa de Moscú, que ha perdido un 40% de su valor desde el comienzo del año, contribuye a establecer el paralelismo. El muy liberal The Economist, de Londres, señala que, para los inversores occidentales, Moscú ya es un «mercado de riesgo» que probablemente se hundirá como el de Yakarta. Sobre todo porque, según el semanario británico, «el nuevo Gobierno ruso es incompetente».

Ciertamente, al contrario de lo que ha ocurrido en Indonesia, en Rusia es la periferia la que se subleva, mientras que la capital permanece aún en calma. ¿Es una buena razón para no ver que el Gobierno de Serguei Kiriyenko ya está superado por los acontecimientos y para silenciar -como lo ha hecho casi toda la prensa internacional- la gran huelga de los mineros que ha minado en profundidad al régimen de Yeltsin?

K. S. Karol es experto francés en temas de Europa del Este.

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