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Ficciones

MANUEL TALENS Decir que el ejercicio de la vida es contar mentiras sin descanso no supone nada nuevo ni original. A fin de cuentas, ¿qué es mentir?: "Manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa", nos aclara el diccionario de la RAE. Y eso es más o menos lo que todos hacemos a diario, desde que la primera luz de la mañana nos empuja a la calle hasta que por la noche cerramos los ojos. Veamos ahora seis noticias dispares leídas al azar en la prensa de un solo día, el pasado 5 de mayo. Javier Marías, defendiéndose de haber confundido nunca ficción y realidad, afirma en su última novela, Negra espalda del tiempo: "Cualquiera cuenta una anécdota de lo que le ha sucedido, y por el mero hecho de contarla, ya está deformando [la realidad]". Se nota que, como veterano profesional de la escritura, Marías ha pensado en el asunto y lo expresa sin medias tintas. En la causa que se sigue por el caso Banesto contra Mario Conde, Arturo Romaní lo contradijo: "Ha hecho una exhibición de su extraordinaria memoria, pero cualquiera puede tener un fallo". ¿Un fallo? La opinión pública está más que convencida de que el antiguo banquero miente como un bellaco con la misma facilidad que respira, lo cual, ante el juez, es un derecho constitucional que nadie le niega. La ingenuidad de la justicia consiste en suponer que porque la gente jure sobre la Biblia decir la verdad y nada más que la verdad, dice la verdad. Tras el éxito a medias que constituyó el nacimiento del euro en Bruselas, empañado por la disputa franco-alemana sobre el futuro presidente del Banco Central Europeo, Yves-Thibault de Silguy, portavoz del comisario de Asuntos Monetarios, declaró satisfecho: "Los tres objetivos de la cumbre se han cumplido". Los periodistas sabían (y Silguy también) que el acuerdo sobre la pareja Wim Duisenberg / Jean-Claude Trichet está envenenado, pero el fulano se salió por la tangente: al fin y al cabo, Europa es la patria de Alicia y de Candide: el País de las Maravillas. Francisco Camps, el conseller valenciano de Cultura, sabía ya el 5 de mayo (¿y quién no?) que Valencia no será elegida capital cultural europea en el 2001 (quizá por culpa de Tomás Moro, cuyo manuscrito se ha esfumado para desesperación de la alcaldesa), pero no tuvo empacho en ganar tiempo: "La decisión final no está tomada, no existe un comunicado oficial". Pues qué bien. Eduardo Zaplana, que gobierna por deferencia del búnquer Barraqueta y que de lingüística sabe lo mismo que de capar grillos, fue inflexible en Barcelona: "Yo respeto muchísimo los criterios de los filólogos de un lado y de otro, pero en democracia lo que más respeto es la voluntad de los ciudadanos expresada en las urnas". Hermosa frase, ¿no es verdad? El archivo histórico de Elda se ha enriquecido con una cédula de Carlos III (fechada en 1783) en la que el rey declaraba que el oficio de zapatero "no envilece la familia ni la persona que lo ejerce". ¡Menuda jeta la del Borbón! Incapaz de corregir la diáfana y vergonzosa metonimia con que los cristianos españoles habían transferido la vileza desde los moriscos al oficio que éstos practicaban, absolvió al segundo, se las dio de magnánimo y se quedó tan fresco. Puestos a contar ficciones, me quedo con el mundo de Marías: al menos la novela no miente al mentir.

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