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Palabra y libertad

JAVIER ELORRIETA Se cumple el treinta aniversario del mes con más trascendencia en la iconografía de lo que se ha venido calificando, con la heterodoxa transposición semántica de decenio, en década prodigiosa. Decenio y año que no creo que fuesen tan magníficos para los jóvenes de España y del País Vasco. Supongo que ahora, en la visión instalada en el recuerdo aparece más amable aquella época de lo que fue en realidad, al menos para aquellos jóvenes (o no tanto) que vivieron sus potencialidades vitales en decorados más dramáticos, como fueron la cárcel y el exilio. Y es que el recuerdo no puede cambiar con la varita de un épico lirismo los sacrificios y faenas de unos pocos, en gloriosos heroísmos colectivos existentes. Pues los adoquines sobre los que vivió París entorno a la Sorbona estaban lejos y eran desconocidos para los que Francia era lago paradigmático, era la libertad, el laicismo, y una canción semi prohibida como ideal melódico del dulce pecado, "Je táime mais non plus", sobre todo para los que habían sido educados en las banderas de la castidad, la penitencia y el cilicio. El régimen franquista daba a España un ambiente hostil y poco propicio para la alegría. No fueron años fáciles para desarrollar las potencialidades vitales de una adolescencia y juventud enfrascada en mitos, prejuicios y opresión. Alguna vez he dicho que tal vez sea verdad, y pienso que lo es, que el enfrentamiento contra la opresión de la dictadura se hizo desde presupuestos que desposeían excesivamente de alegrías, con un misticismo poco favorecedor para guardar parcelas personales de felicidad en medio del combate. Y en aquella encrucijada vital, más que nada, la mejor herramienta para fabricar espacios espirituales, anímicos de libertad, fue la palabra, y especialmente la palabra impresa: el libro. En aquellos años eran escasos los reductos donde encontrarse, esos pequeños templos que daban cabida a sencillas ceremonias de advocación a las libertades democráticas, a liturgias de complicidades que se desarrollaban entorno a la palabra que se deslizaba oralmente y se transmitía con voz queda, o a la letra impresa clandestinamente, o llegada por escondidos canales de distribución hasta la oculta estantería de las trastienda, aquellos encuadernados y oscuros objetos de deseo, apetecidos con el ansia de quien los sabe necesarios y prohibidos. Dos de esos pequeños templos fueron la Librería Bilbaína de Pepe Gorriti y la Librería Lagun de María Teresa Castells. Tras el proceso constituyente que trajo el Estatuto de Autonomía las condiciones políticas cambiaron al recobrar las libertades democráticas. El exilio y el encarcelamiento por llamados delitos políticos, quedaban tras la Amnistía General como un pasado tributo de militancia por la Democracia. Y se hacía posible enterrar saldos de angustia, de tristeza y de rabia. Y por fin, sin necesidad de arroparse en el envoltorio de la indiferencia, se podría tolerar, en ocasiones, a capotazos de desdén y sonrisa, con afable y reconfortante ironía, las circunstancias que geográfica, histórica e inevitablemente nos iba tocando vivir. Donde los ciudadanos,podrían construir otras parcelas más personales y privadas de las aspiraciones individuales. Pero lamentablemente, desde que esa perspectiva se hizo posible, se ha desarrollado entorno al llamado abertzalismo radical un movimiento de carácter totalitario, que asume la violencia, la intimidación y el asesinato como fórmulas para imponerse a la Sociedad, con posicionamientos y actitudes de carácter netamente fascista. Frente a ellos, como antes frente a la tiranía, debe estar toda esa amalgama de sensibilidades ciudadanas que aman la libertad y levantarse la palabra como firme estandarte inherente a la razón, frente a la miseria ideológica y el empobrecimiento político del euskofascio organizado. Nuestro déficit de libertad no es de importación.

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