Madrid aclama a sus héroes
Miles de aficionados recibieron a los campeones de Europa por las calles de la ciudad
El campeón de Europa aterrizó en el aeroropuerto de Madrid, a bordo de un Airbús A-320 de Iberia, el Cañón de río Lobos, a las 19.44. Lo hizo, como los grandes personajes, a través del Pabellón de Estado de Barajas. Formando un pasillo al que sólo faltaba la alfombra roja de las grandes ocasiones se alineaban, empleados del aeropuerto, periodistas y gente del club. Fueron los primeros privelegiados en ver de cerca la Copa de Europa.Por la escalerrila del avión descendieron primero los directivos, luego lo hizo el presidente y junto a él , Manolo Sanchis, el capitán, y Jupp Heynckes, el entrenador. Entre los tres se alternaron el privilegio de portar la Copa, la séptima de la historia del Madrid y de mostrarla a su afición.
Los campeones no ocultaban su emoción. Desde el mismo momento en que alzaron la Copa en el Amsterdam Arena se pusieron a pensar en La Cibeles que ya la noche del miércoles les mantuvo en vilo. ¿Cuánta gente hay?, preguntaban los ftubolistas a los informadores. Karembeu y Savio se informaban del ritual del madridismo para las grandes ocasiones. Roberto Carlos, que tenía pendiente la celebración de la Liga del año pasado que coincidiócon una concentración del equipo nacional de su país, Brasil, prometía desquitarse en esta ocasión.
Así que con la emoción a flor de piel, los jugadores, el entrenador y el presidente del Real Madrid se montaron en nueve automóviles descapotables y se lanzaron a disfrutar de su gloria por toda la ciudad.
A esas horas las calles madrileñas estaban abarrotadas de gente. Desde primeras horas de la tarde miles de aficionados montaban guardia a la espera de los campeones.
La lluvia amenazó varias veces durante la fiesta. Pero aun así nadie se movió de su sitio. El agua no iba a fustrar 32 años de espera.
Madrid estalló al paso de sus héroes. Los jugadores, engalanados con bufandas, banderas y todo aquello que supiera a madridismo desfilaron con su orgullo de campeones ante su propia afición.
El paseo fue triunfal y eterno. En los coches de la casa Chrysler, la firma que patrocinó el acto, no había más que un descapotable blanco. Repartidos de tres en tres o de dos en dos, iban los campeones: Panucci-Suker; Mijatovic-Raúl; Chendo-Hierro; Redondo-Cañizares-Karembeu; Guti-Dani-Contreras; Víctor-Savio-Jaime; Amavisca-Fernando Sanz-Karanka; Seedorf-Roberto Carlos-Morientes. Y al final de la caravana, el coche estrella, el blanco, donde viajaban Lorenzo Sanz, Jupp Heynckes y Sanchis, el capitán.
Fueron los encargados de pasear por las calles de Madrid, el ansiado trofeo, la séptima Copa de Europa, que había traspasado la frontera del deseo y se había convertido en una obsesión. En los laterales del recorrido, decenas de miles de aficionados coreaban enfervorizados a sus ídolos. El colapso circulatorio en la capital fue inevitable.
A las 21.30, la expedición llegó a La Cibeles. Los jugadores, los técnicos y los directivos vistieron a la fuente con emblemas madridistas y bailaron, cantaron y saltaron junto a ella.
La hinchada no accedió a la estatua, que estaba fuertemente protegida por la policía, pero tampoco le importó. Estaba emocionándose celebrando con sus héroes el reencuentro con la historia. Vivían una jornada inolvidable.
Veinte minutos después del homenaje en La Cibeles, que había sido vaciada de agua, la expedición volvió a los coches -los directivos y los miembros del cuerpo técnico iban en autobús- rumbo al Bernabéu, donde otros tantos aficionados les aguardaban desde las siete de la tarde. "Esto es lo más bonito que hay", gritaba Morientes, feliz como todos los triunfadores.
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