En harapos
Cuando el pequeño madrileño cruzó el umbral de la legación diplomática en Damasco, los funcionarios españoles fueron conscientes de su sufrimiento. Prácticamente en harapos, sin dinero ni útiles para un viaje tan largo, el pequeño se acercó a ellos tímidamente. No parecía creer que su futuro pudiera mejorar. Un diplomático, para ahorrarle los últimos días de abandono, decidió entonces acogerle en su casa. Cumplidos los trámites para la repatriación, los funcionarios formaron una piña, le dieron ropa y le desearon una feliz vuelta. La posibilidad de que el hombre que se lo llevó a Damasco pueda reclamarlo ahora es vista con escepticismo por la policía. La patria potestad, según fuentes cercanas al caso, corresponde a la madre. Tampoco creen que el hombre pueda regresar de Siria para tratar de llevarse de nuevo al pequeño. Si lo intentase se tendría que enfrentar a las denuncias por malos tratos que tiene pendientes y también responder ante la justicia por el rapto del menor. La posibilidad de vuelta se esfuma aún más, según dichas fuentes, si tiene en cuenta la desatención que mostró hacia el niño.
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