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El Trasgo del Sur

Hay en la última novela de Ana María Matute un peculiar personaje que me recuerda a dos políticos madrileños. Se llama el Trasgo del Sur, una curiosa criatura de su Olvidado rey Gudú que describe como un hombrecillo muy menudo, de la familia menor de los gnomos, de color cambiante, espesa cabellera roja y largas y puntiagudas orejas. Detalles de su fascinante aspecto físico que sin embargo nada tienen que ver con las figuras de la política a las que me refiero. No, lo que me recuerda a esos personajes de la vida real es la definición que hace mi admirada académica del personajillo al considerarlo como "el más veloz y perfecto horadador de túneles subterráneos de que se tiene noticia". Es entonces cuando me vienen a la memoria Luis Eduardo Cortés y Enrique Villoria. El primero es desde hace tres años consejero de Obras y Transportes de la Comunidad, mientras el segundo manda (mandaba ya en la oposición) desde tiempos casi inmemoriales en la concejalía de Obras del Ayuntamiento de Madrid. Ambos pertenecen al Partido Popular y aunque su relación no es muy estrecha comparten una misma pasión: los túneles. A Cortés le encargó su presidente que horadara 31 kilómetros de Metro para cumplir con su compromiso electoral de extender la red y va camino de los 37. Villoria ha hecho ya los pasos subterráneos que le encargó el alcalde al comienzo de la legislatura y está con otros que se le han ido ocurriendo según aumentaba su fiebre horadadora. Cortés perfora para meter trenes, mientras que Villoria lo hace para enterrar los coches. Los dos tienen la ciudad patas arriba y entienden que les luce la labor. Cuenta el Trasgo Consejero con unos artefactos mágicos que son la envidia del concejal. Son grandes gusanos mecánicos capaces de avanzar bajo la tierra hasta 40 metros diarios, una velocidad envidiable para cualquier gnomo horadador. El Trasgo del Ayuntamiento lo sabe y ha ideado un proyecto capaz de alimentar durante años las ansias excavadoras de esos ingenios de la tecnología. El concejal Villoria está estudiando la posibilidad de construir con ellos una red de autopistas subterráneas con aparcamientos en todo el recorrido. Un trazado que cruzará Madrid de norte a sur y de este a oeste a más de 20 metros de profundidad y en el que los coches nunca aflorarán a la superficie quedando recluidos en los parkings. Recorridos de peaje que conectarían con las autopistas también de pago que proyecta el Ministerio de Fomento para desdoblar las autovías nacionales.El Trasgo de la Comunidad no lo ve nada claro y ha dejado caer que es una idea muy compleja y exagerada. Y es que aunque su filiación política les obligue a entenderse, estos gnomos tienen sus discrepancias y rivalidades. Hay incluso quien ha creído ver más que recelos en la autoconcesión de méritos por las galerías que unos y otros excavan. La imprevista aparición de Villoria con su alcalde a la cabeza en una visita a los trabajos del Metro provocó meses atrás en la Comunidad el mismo disgusto que hace unos días suscitó en el Ayuntamiento de Madrid la comparecencia del consejero en la apertura solemne del túnel de Cristo Rey y en la que el señor Cortés fue a remarcar "la colaboración" del Gobierno regional.

El personaje forjado en la fantasía de Ana María Matute tiene la propiedad de resultar invisible para la mayoría de los seres terrenales, siendo sólo perceptible por los que poseen una sensibilidad o inteligencia sobrenatural. Es un don que, según explica, los trasgos corren el riesgo de perder cuando se contaminan con el cariño de los humanos o su nariz se colorea con demasiada frecuencia a causa del vino. Villoria y Cortés ni poseen ese poder de pasar inadvertidos ante el resto de sus congéneres ni quisieran tenerlo. Nunca podrían disfrutar como lo hacen sacando pecho en las inauguraciones, ya sea con banda municipal interpretando música zarzuelera al gusto del Ayuntamiento o en el plan colorista americano que entusiasma en la Comunidad.

Ambos son, además, buenos catadores de caldos. El Trasgo del Sur era más rápido y perfecto que ellos haciendo túneles en el Reino de Olar. En Madrid, sin embargo, fracasaría.

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