La crisis del Nuevo Orden
Hasta casi ayer, la Indonesia de Suharto podía ser considerada como un modelo de régimen autoritario. Los confusos sucesos del 30 de septiembre de 1965, con un levantamiento de jóvenes militares rápidamente aplastados por el general jefe de la reserva estratégica, el propio Suharto, significaron el fin del régimen nacionalista de Sukarno y el inicio de una amplísima represión anticomunista con medio millón de muertos. La democracia guiada de Sukarno tenía ya suficiente carga autoritaria, pero, a partir de ese momento, el pluralismo político iba a restringirse drásticamente. Los dos grandes apoyos de la represión, militares y musulmanes, no fueron recompensados del mismo modo. El Ejército obtuvo un puesto privilegiado y permanente en el orden político, de acuerdo con el principio de la función dual -seguridad y poder social- que le correspondía en la fórmula de otro general derechista, Nasution. Los musulmanes quedaron reducidos a un papel subalterno. Bajo los poderes prácticamente ilimitados de Suharto como presidente, casi como rey, su Nuevo Orden descansaba sobre la omnipresencia del Ejército, un alto grado de centralización administrativa y un pluralismo limitado a tres partidos, en realidad, un monopolio parcial ejercido por el de Gobierno, el Golkar, vencedor de todas las elecciones. La propia denominación del Golkar, golongan karya, grupos funcionales, indica su calidad de partido que no es tal, sino un instrumento del Ejército, la burocracia y los grupos relacionados con el poder económico para cumplir el ritual de las elecciones, lo que el Gobierno llama «el festival de la democracia». El Golkar tiene un núcleo duro, el Abri, y en la última década ha sufrido la infiltración en puestos directivos de la familia-pulpo del presidente.Como comparsas figuran dos partidos que aceptan siempre de buena gana la derrota, el musulmán Partido del Desarrollo Unido (PPP) y el populista Partido Democrático de Indonesia (PDI). A principios de esta década, el PDI inició una campaña para democratizar el sistema y llegó a obtener un 15% de los votos. Pero muy pronto la intervención militar y gubernativa le devolvió a su papel, especialmente al eliminar de su jefatura a la muy popular hija del fundador, Sukarno. Por lo demás, según el dicho indonesio, el papel del representante parlamentario se reduce a cinco derechos: asistir, sentarse, obedecer, callar y cobrar.
La justificación del régimen reside en los cinco principios (panchasila) que formulara Sukarno para encauzar la vida política del país: un dios (para relativizar el predominio numérico musulmán), humanidad, nacionalismo, justicia social y Gobierno representativo. Pero éste se debía ajustar al principio del mufakat, del consenso, propio de la Asamblea rural javanesa, no al juego de mayorías y minorías de las democracias occidentales. Surge así la democracia panchasila, que, en palabras de Suharto, corrige el individualismo con la orientación integradora de la familia y de la cooperación mutua. Es decir, ha de prevalecer el sistema de equilibrios sociales, cuyo guardián es el poder ya establecido. Esta concepción se impone a todos los partidos, los cuales han de aceptar el panchasila como norma suprema (asas tunggal), lo cual legitima las intervenciones del Gobierno en su vida interna. Otro tanto ocurre con la limitación de las libertades civiles. En nombre de la armonía social, el régimen ejerce facultades muy amplias.
De este modo, bajo Suharto, pudieron desplegarse los intereses económicos sin otra exigencia que pagar su cuota a los dos centros de poder, Suharto y el Ejército. Si la era Sukarno fue la de la política, ahora vino la de los grandes negocios, tanto para los autóctonos (pribumi) como para los grandes capitalistas chinos, una minoría que desde el 3% de la población controla el 70% de la economía privada. Como emblema surgió el cukong, para señalar el enlace entre el chino opulento y el alto militar indonesio. Las enormes desigualdades sociales parecieron consolidarse, pero los problemas también crecieron: la insaciable familia de Suharto y el Ejército, envueltos en una red cada vez más tupida de corrupción, las disparidades regionales, la destrucción del medio (Borneo), la opresión sufrida por Timor e Irian Jaya, la radicalización islámica, el envejecimiento de Suharto. Con la crisis económica de 1997 y el rápido ascenso del paro (de dos a ocho millones en pocos meses), todo el edificio se cuartea. Como único dique del Nuevo Orden queda el Ejército.
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