La tiza
El problema de Borrell es que no cree en los aciertos literarios que ejecuta. Las metáforas, una vez mostradas, no deben demostrarse. Lo mejor es que abandonen la boca con el alboroto de un palomar incendiado y se dispersen como lenguas de fuego sobre las cabezas en las que han de producir el efecto asociativo que procuran. El movimiento se demuestra andando, y Borrell tenía que haberse limitado a caminar. No estaba allí para convencer a nadie de que sabe hacer raíces cuadradas o integrales, sino para enseñar a los contribuyentes cómo coge la tiza. En el colegio veías coger la tiza a un profesor y ya sabías a qué atenerte.Ahora bien, hay que tener mucho valor para dedicar a esa tontería aparente la lección inaugural. A uno le da un poco de miedo que los alumnos adviertan que no sabe integrales (aunque las sepa). Y no es eso, sino que las integrales, como el producto interior bruto, se pueden poner al servicio de la significación o del desvarío, lo que se nota en el modo de apretar la tiza. De ahí que la primera lección, como la última, haya que dedicarla siempre al estilo. A Borrell le confundieron los pateos del alumnado obtuso y se escoró hacia la técnica con un optimismo antropológico incomprensible en un hombre de su experiencia: creía que iba a funcionar el pensamiento lógico allá donde al principio de su intervención tampoco había funcionado la literatura. ¿Qué le hizo pensar que un silogismo podría ser más eficaz que una sinécdoque para detener el instinto pateador de los zapatos populares?
Aznar, sin embargo, tuvo el acierto de limitarse a mover la tiza entre los dedos en un gesto de enorme precisión ideológica, con el que afirmó una vez más la superioridad de la religión sobre la ética y de la gimnasia sobre la magnesia. La nación, bien. Gracias.
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