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Primavera barroca

El auge de la música antigua -y en concreto del periodo barroco- no se explica únicamente por la vitalidad de unas propuestas interpretativas o por la fascinación que despierta la búsqueda imposible de una autenticidad. Es una música a la que tiende con total espontaneidad un sector de población joven e inquieto. Los ciclos de Sevilla, San Sebastián, Barcelona, Gijón, Peñíscola, Jaca, Daroca o Sajazarra, en La Rioja, van paso a paso creando incondicionales en nuestro país y es significativo que dos de los nuevos festivales europeos más interesantes de 1998 estén dedicados al Barroco. Tienen poco que ver entre sí los planteamientos de Fano y Salzburgo pero, paradojas del destino, comienzan el mismo día, el próximo 29 de mayo.En Fano reivindican, por encima de todo, los valores italianos. Es una actitud de cierta rebeldía ante la hegemonía de festivales como Utrecht en Holanda o Beaune en la Borgoña francesa contando, como cuentan los italianos, con intérpretes tan renovadores como Fabio Biondi, Rinaldo Alessandrini, Antonio Florio y la Capilla de la Piedad de Turchini, Giovanni Antonini con su Il Giardino Armonico y tantos otros, artífices de un esplendor barroco nacional. Fano quiere recuperar y estimular un sentido mediterráneo de la vocalidad barroca, tanto en el color como en la expresión, servir de lugar de encuentro de grupos y movimientos italianos, y foco filológico de recuperaciones de obras perdidas o desatendidas.

Así, en las tres primeras ediciones hay una dedicación recurrente a las óperas de Francesco Cavalli con textos de Francesco Busenello (el libretista de La coronación de Popea , de Monteverdi), a los oratorios de Alessandro Stradella o a los madrigales de Salomone Rossi. La primera de las cuatro óperas de Cavalli-Busenello Gli Amori d'Apollo e di Dafne es la que abre el fuego en una versión escénica de Pier Luigi Pizzi y musical de Alessandro de Marchi, y será seguida en los dos próximos años por Statira principessa di Persia y por Didone . También se escenifica este año Il triunfo della continenza Considerato in Scipione Africano de Alessandro Melani, título con el que se inauguró el Teatro de la Fortuna de Fano en 1677, y que ahora se reabre después de una cuidada reconstrucción que ha reparado el deterioro causado en agosto de 1944 por las fuerzas fascistas en su retirada bélica.

Al frente del festival se encuentra el musicólogo Alberto Zedda, más conocido por su dedicación belcantista (sigue siendo director de la Academia Rossiniana de Pesaro), aunque desde hace mucho tiempo viene manifestando su amor absoluto por Monteverdi y el barroco italiano. Se asienta con ello el ex director artístico de La Scala de Milán en el Adriático y mucho me temo que vaya abandonando paulatinamente su vinculación con España, tal vez con algo de tristeza al no haber sido valorado aquí a la altura de sus méritos. En fin, otra oportunidad perdida.

El festival barroco de Pentecostés en Salzburgo, dirigido por el experto organizador Hans Landesmann, es otra historia. Su alcance es más universal, tanto en repertorio como en estilos interpretativos. Se representa la ópera La Calisto , de Cavalli con Reneé Jacobs, Herbert Wernicke y María Bayo, e intervienen además Jordi Savall (con el Concierto de las Naciones y con Ton Koopman), la Filarmónica de Viena con Riccardo Muti (en un programa Vivaldi-Pergolesi), Il Giardino Armonico (con la española Isabel Rey, en el oratorio El martirio de san Lorenzo de Francesco Bartolomeo Conti), el Clemencic Consort de Viena, la orquesta y coros barrocos de Amsterdam o The Hilliard Ensemble, todos ellos intérpretes de primerísima fila para un festival-escaparate que hace de puente entre las citas clásicas de Pascua y de verano en Salzburgo, incrementando el reclamo turístico permanente de la ciudad natal de Mozart.

El Barroco conquista cada día más espacios, más tesoros escondidos y más fieles seguidores. Hubo un tiempo en que estaba relegado; ahora su empuje es irresistible. Tal vez por ello uno se inclina a pensar que si «hay un ciego bailando en el andén», retomando el enigmático título del reciente libro del poeta asturiano Alejandro Céspedes, es porque está escuchando un concierto imaginario de Corelli o un fragmento colorista de Purcell. La primavera se pone barroca. El novelista cubano Alejo Carpentier sabía muy bien lo que se traía entre manos al juntar a Händel y Vivaldi con Louis Amstrong en su memorable Concierto barroco.

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