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Mayo del 68

(...) Mayo del 68 fue una fiesta, la insurrección pacífica e insolente de una generación que lanzaba sus primeros adoquines con traje y corbata, antes de encontrarse, al cabo de un mes, con la vuelta a la naturaleza, el pelo largo, los conciertos de rock, la defensa de los marginados y la liberación de las costumbres. Imitábamos a los bolcheviques, creíamos hacer la revolución y enarbolábamos la bandera de Marx, al que no habíamos leído. Pero, incluso cuando teníamos la calle, (...) a ninguno de nosotros le vino a la cabeza la idea de asaltar la Asamblea Nacional o de tomar el Elíseo. Nos invadía un sentimiento de tener el poder demasiado grande como para pensar en conquistarlo. Era demasiada nuestra certidumbre de ser amados, y amábamos demasiado el mundo en que vivíamos como para buscar sangre. (...) Y no es que los fanáticos hayan traicionado la revuelta, no es que los hijos del 68 hayan sido revolucionarios de opereta. No solamente hicieron temblar los cimientos del poder; si el siglo del comunismo terminó en 1989, el 68 prefiguró su fin. Aquella primavera no fue una fiesta exclusivamente francesa. (...) El 68 fue, sobre todo, el giro mundial en el que comenzó el resquebrajamiento del orden social, político y moral de la posguerra. Todo se puso en cuestión en aquel año: el orden soviético, claro, pero también la división del mundo y el statu quo impuesto en la órbita de EE UU. (...)

2 de mayo

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