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Una obra maestra del siglo XX

La Unión Europea es la auténtica obra maestra de la política del siglo XX. Y como todas las obras de arte, es el resultado del esfuerzo constante de algunos individuos. Éstos fueron Jean Monnet, un francés, comerciante de coñac acostumbrado desde su juventud a la idea de comercializar internacionalmente un gran producto; Konrad Adenauer, alcalde alemán antes de convertirse en canciller federal y por tanto conocedor de la interrelación entre la política nacional y la local; Robert Schuman, ministro de Asuntos Exteriores de Francia educado en Metz, que, aunque ahora es rotundamente francesa, formaba parte de Alemania en su infancia, y Alcide de Gasperi, un italiano con antecedentes similares a los de Schuman, ya que procedía de un lugar que fue austriaco antes de 1914.Entre éstos, el inspirado comerciante de coñac fue el más importante, porque fue el más original. Monnet marcó su impronta en el conjunto de la experiencia europea moderna. Aunque apasionadamente interesado y eficaz en los temas políticos, no era un político. Vivió tranquila y prósperamente, y prefería su cómoda casa de Houjarray, en las afueras de París, a los palacios del poder. Su objetivo era convencer a los políticos de que actuasen, no actuar él mismo. Convenció a Churchill de que lanzara la disparatada pero maravillosa idea de una unión franco-británica en 1940, y dirigió el plan que lleva su nombre para la modernización de Francia. Siempre se le consideró como el gran experto, alguien que no parecía interesado ni en la publicidad ni en la popularidad, sino únicamente en el éxito del proyecto.

Monnet se planteó Europa con el mismo espíritu. Estaba convencido desde hacía mucho tiempo de que, para evitar otra guerra europea, las industrias pesadas de Francia y Alemania tenían que funcionar en un único mercado libre en lugar de en unos mercados nacionales rígidamente controlados. Para conseguir aquello que, en 1951, se convertiría en la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), Monnet no buscó una gran estructura internacional. Quería que los políticos acordasen primero la abolición de los aranceles aduaneros que permitiría una fase inicial de colaboración europea.

A largo plazo, Monnet era federalista. En 1950 escribió: «Para el mantenimiento de la paz es indispensable la contribución (que) una Europa organizada y vibrante puede hacer a la civilización. Para conseguirlo, Europa debe estar organizada en un sistema federal». En efecto, esperaba que algún día hubiera unos Estados Unidos de Europa lo suficientemente fuertes como para hacer frente a la amenaza soviética y capaces de negociar con EE UU cuestiones relativas a los aranceles aduaneros, aunque sólo fuera como socio en igualdad de condiciones. Pero no tenía ningún plan ni calendario para lograrlo. Deseaba unificar, dentro de Europa, lo que pudiera ser unificado. Todo hace pensar que albergaba la íntima esperanza de que, tras años de pequeños esfuerzos comunes, los europeos despertasen y se encontrasen con que habían alcanzado la unión sin darse cuenta.

Monnet no actuó en solitario. Primero estuvo Adenauer. Era un superviviente de la Alemania imperial, ya que había ocupado el cargo de alcalde de Colonia en 1917. Defendía la idea de una Alemania que mirase hacia el Oeste, hacia Francia, no con fines de expansión territorial, sino para inspirase en ella. Adenauer fue destituido en Colonia en 1933 cuando se negó a izar la bandera con la esvástica en las oficinas municipales de su ciudad. Tras ser restituido en el cargo por los americanos en 1945, fue nuevamente destituido en octubre del mismo año, esta vez por los británicos, debido a su estilo despótico. La pérdida de Colonia redundó en beneficio de Alemania. Adenauer se volcó en la tarea de fundar el partido político conservador de orientación cristiana, la Unión Cristiana Democrática (CDU), que sobrevive hasta hoy como partido gobernante de la Alemania unida. Adenauer estaba decidido a presidir el renacer de Alemania en el tejido de una Europa occidental nuevamente segura de sí misma. Lo consiguió como canciller de la Alemania Federal.

Robert Schuman era, en principio, una fuente de inspiración menos probable. Era austero, solitario y soltero. Sin embargo, el editor francés Jacques Fauvet decía de él: «Luxemburgués de nacimiento, alemán por educación, siempre católico romano y francés de corazón, estaba destinado a ser uno de los príncipes de Europa». Como ministro de Finanzas, primer ministro durante un breve periodo e incluso como ministro de Exteriores después de 1945, Schuman parecía un patriota francés tradicional. Pero Monnet lo convenció, tras lo que empezó a hablar como si la continua división de Europa en pequeños Estados fuese «un anacronismo, una estupidez» e incluso «una herejía». Fue Schuman, el converso a las ideas de Monnet, el que, en mayo de 1950, lanzó la idea de una comunidad del carbón y del acero. Habló de la necesidad de la «construcción europea y de una Europa sólidamente unida y firmemente construida».

La juventud de Alcide de Gasperi no fue diferente de la de Schuman, ya que era un italiano nacido en el sur del Tirol, cuando éste formaba parte del Imperio Austro-Húngaro. Su primera experiencia política fue la de ser detenido por la policía austriaca por hacer campaña a favor de un centro cultural italiano en Innsbruck. Aunque italiano, fue a la Universidad de Viena y, a partir de 1911, fue miembro de la Dieta (Parlamento) austro-húngara por Trento. Pero el sur del Tirol, con Trento, pasó a ser italiano en 1919 en virtud del Tratado de Saint-Germain y De Gasperi desempeñó el papel de miembro del Parlamento de Roma como había hecho en Viena. En los años veinte secretario general del partido de la Democracia Cristiana -precursor del actual Popular Italiano- hasta que fue suprimido por Mussolini. Encarcelado durante cuatro años, era un buen candidato para asumir el cargo de primer ministro de la posguerra de Italia, cargo que ocupó entre 1945 y 1953, presidiendo la transición del fascismo a la democracia, así como de la monarquía a la república, con delicadeza y talento. Aunque contribuyó a reanimar Italia, De Gasperi, como correspondía a su pasado centroeuropeo, comprendió rápidamente la inteligencia de la idea europea de Monnet. «El patriotismo europeo sólo se puede desarrollar en una Europa federal», solía

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decir. La participación de Italia como miembro fundador del Mercado Común Europeo se debió en gran parte a la inteligencia de De Gasperi.

En los años ochenta tuvo lugar la aparición de otros tres europeos que puede que algún día sean considerados casi tan importantes como los padres fundadores. En primer lugar, Helmut Kohl, que durante el largo ejercicio de su cargo de canciller de Alemania siempre ha defendido firmemente la idea de la Unión Europea. Kohl se ha basado en el objetivo de Thomas Mann de garantizar que Alemania se afianzara como nación europea en lugar de permitir que Europa se germanizara. En segundo lugar, François Mitterrand que, como presidente de Francia, fue sumamente consciente de la posibilidad de un predominio económico alemán si Europa no llegaba a ser más que una asociación de naciones-estado. Por consiguiente, intentó lograr la unión política y económica de Europa para evitarlo. Jacques Delors que, como presidente de la Comisión Europea a finales de los años ochenta, dio un nuevo impulso a la idea europea presionando contra todos los obstáculos a favor de la expansión de Europa para conseguir una asociación de 15 Estados. También le preocupaba la realización del mercado único, y luchó por convertir el tema de la unión monetaria europea en una prioridad del programa político.

Por ello, la Unión Europea de los primeros años del siglo XXI será alabada como el logro de cuatro franceses (Monnet, Schuman, Mitterrand y Delors), dos alemanes (Adenauer y Kohl) y un italiano (De Gasperi). Sin embargo, al final, Monnet y Delors serán considerados como las influencias decisivas: Monnet porque encendió la mecha y Delors porque reavivó lo que parecía un fuego mortecino. La Unión será admirada en el futuro como modelo según el cual un grupo de naciones-estado independientes se asocian en numerosos aspectos de la vida al mismo tiempo que conservan sus propias instituciones y tradiciones. Como siempre en este tipo de empresas, a quien hay que alabar y dar las gracias es a los autores.

Hugh Thomas , historiador británico, es miembro de la Cámara de los Lores desde 1981.

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