El África que África merece
A medida que esta década tan conflictiva para África está llegando, lenta pero inexorablemente, a su fin, el mundo está abriendo los ojos a una nueva y diferente África. Más allá del África de guerras devastadoras y pobreza endémica, se halla un continente que rechaza los dogmas del pasado y abre sus brazos a un progreso real bajo el imperio de la ley. Éste es el África que, en fechas recientes, el presidente Clinton visitó y al cual brindó su apoyo. Es un África que, cada vez más, trabaja con honestidad para eliminar la violencia, afianzar la democracia, respetar los derechos humanos y promover las reformas económicas. Éste es el África que África merece. Durante demasiado tiempo los conflictos en este continente han sido considerados como inevitables o insolubles, o ambas cosas a la vez. No son ni uno ni lo otro. Los conflictos en África, como en el resto del mundo, son producidos por seres humanos, y los seres humanos pueden acabar con ellos. Ésta es la realidad que nos avergüenza cada vez que permitimos que un conflicto perdure y nos da la posibilidad de convertir nuestra retórica sobre promesas en compromisos verdaderos.
Aprovechando las oportunidades que el momento nos brinda, el Consejo de Seguridad de la ONU se reunió hace pocos días y acogió con entusiasmo mi reciente informe sobre las causas de los conflictos en África y cuál sería la mejor forma de resolverlos. Su positiva acogida es un buen signo y un paso sin precedentes que constituye un mensaje para África, el mundo está dispuesto a asumir su parte en la labor de poner término a los conflictos en África.
Desde 1970 se han librado en territorio africano más de 30 guerras, siendo la gran mayoría, en su origen, guerras internas. Sólo en África en 1996 hubo conflictos armados en 14 de los 53 países de África. Estos conflictos causaron más de la mitad de todas las muertes derivadas de la guerra que se han producido en todo el mundo, y han hecho surgir ocho millones de refugiados, retornados y desplazados. Nadie -ni la ONU, ni la comunidad internacional, ni los dirigentes africanos- puede negar su responsabilidad en la persistencia de estos conflictos. De hecho, durante la última década, han tenido lugar en África tragedias humanas descomunales que podrían y deberían haberse evitado. No se hizo lo suficiente para resolver las causas del conflicto. No se hizo lo suficiente para garantizar una paz duradera. No se hizo lo suficiente para crear las condiciones de un desarrollo sostenible. Ésta es la realidad del pasado reciente de África. Es una verdad que deben enfrentar, de forma honrada y constructiva, todos los implicados, para que los pueblos africanos puedan disfrutar de la seguridad y de las oportunidades económicas que ambicionan y merecen.
Mi informe al Consejo de Seguridad intenta sumarse al renovado ímpetu por lograr la paz en África, proponiendo recomendaciones realistas y factibles que, con el transcurso del tiempo, podrían reducir, si no pueden eliminar por completo, los conflictos en África. Este informe tiene en cuenta la voluntad política de los africanos y de los no africanos por igual, voluntad sin la cual ningún grado de asistencia ni margen de esperanza puede marcar la diferencia entre la guerra y la paz en África.
Los orígenes de los conflictos en África son tan variados y complejos como es el continente. No se puede negar la trascendencia de la historia y de los factores externos. Pero, habiendo transcurrido más de tres decenios desde que los países africanos obtuvieron su independencia, los africanos están adquiriendo mayor conciencia de que el continente debe buscar en su pasado colonial los orígenes y encontrar en él las soluciones de sus conflictos actuales.
En demasiadas ocasiones, las normas establecidas después de lograr la independencia se han caracterizado por la fórmula de «el ganador se lleva todo», y donde la victoria en las urnas daba derecho al control total de la riqueza y los recursos del país. Debido a las gestiones económicas inapropiadas, a una contabilidad inadecuada y a una falta de respeto por los derechos humanos y la ley, el poder político se ha convertido, con demasiada frecuencia, en un arma de unos pocos, en lugar de ser el instrumento de la mayoría. Dado lo cual, el carácter multiétnico de casi todos los países africanos exacerba las tensiones y los miedos ya existentes, propiciando unos conflictos casi inevitables.
La buena gobernabilidad, el respeto de los derechos humanos y el imperio de la ley, el fortalecimiento de la democracia y la promoción de la transparencia y la eficacia en la administración pública son las condiciones para alcanzar con éxito tanto la paz como el desarrollo. No es casual que el renacimiento de África haya comenzado en un periodo donde empiezan a surgir y echar raíces formas nuevas y más democráticas de gobierno.
En el proceso de solución de los conflictos africanos es necesario que todas las partes aporten nuevas ideas. En el campo de la paz y la seguridad propongo que los Gobiernos africanos reduzcan su compra de armamentos y municiones al 1,5% del PIB; que se instaure un mecanismo internacional que asegure la neutralidad y el desarme en los campos de refugiados y que esos campos se establezcan lejos de las fronteras. Propongo que el Consejo de Seguridad se reúna dos veces al año para impulsar sus proyectos en África. En el área del desarrollo económico he propuesto que los acreedores deberían estudiar cancelar la deuda de los países africanos más pobres, al mismo tiempo que se debería extender la iniciativa del Banco Mundial referente a los países pobres muy endeudados; que deben aplicarse nuevas normas que promuevan la transparencia de la administración pública, al tiempo que se eliminan las barreras arancelarias para los productos africanos.
Es importante comprender que la paz y el desarrollo están indisolublemente unidos. Renunciar a la violencia como forma de llegar al poder y mantenerse en él es sólo el principio. A continuación debe haber un compromiso renovado de trabajar para impulsar el desarrollo nacional, aplicando políticas económicas sensatas, realistas y libres de corrupción. Ya no podemos seguir alegando ignorancia sobre lo que ocurre en África, o sobre lo que hace falta para que el continente en el que nací progrese. Tampoco podemos seguir descargando en los demás la responsabilidad de cambiar. Esa responsabilidad es nuestra y es suya, del mundo y de África. La ONU está preparada para asumir su papel. El mundo debe estarlo y África también.
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