Fútbol y cultura van de la mano
Complicado mundo el de las casetas de la Feria de Abril. Al alcance de los ojos, pero con el paso vedado para los foráneos. Suplicio de Tántalo para el que quiere intrincarse en sufrimientos mitológicos. "La verdad es que la feria es una feria para sevillanos", confiesa un hombre joven, natural de la ciudad, mientras paladea una croqueta en la caseta de Izquierda Unida. De todas maneras, los sufrimientos de Tántalo ya no están de moda a las puertas del siglo XXI. Si las casetas cierran sus puertas a los extraños con la lógica que imponen la privacidad, la exhibición o el miedo a los abusos, el albero es un espacio ideal para perderse. Los nombres de las casetas pergeñan un tratado sociológico por sí solos. Algunas casetas tienen nombres aburridos. De empresas, partidos políticos y demás. Otras están sin bautizar. Hay algunas con nombres curiosos, como Los Cebolletas o Los del Alpiste. Caseta hay que no tiene vergüenza en pegarle una sacudida a la ortografía. Es el caso de La Agüela. El dibujo de la susodicha luce a la entrada como un mascarón de proa. La vieja se parece a la madre de la eterna novia de Rigoberto Picaporte. Pero, sin embargo, hay unas casetas que consiguen el no va más de la perfección. Son las de las peñas culturales béticas y sevillistas. Hubo una vez quien se glorió de ser hincha del único equipo de fútbol español con inquietudes intelectuales: la Cultural Leonesa. Se equivocó lamentablemente. León puede ser una tierra única en su hornada de narradores formidables. Julio Llamazares, Luis Mateo Díez, José María Merino y Juan Pedro Aparicio dan fe de ello. Pero en mezclar fútbol e intelecto le salen unas competidoras de categoría: las peñas culturales del Betis y el Sevilla. Estas entidades han logrado, como prueba su nombre, el milagro de unir la cultura y el fútbol. Y eso en un país que el poeta Jaime Gil de Biedma definió como propio de cabreros iracundos. España no es como Francia. Pasados los Pirineos, un adolescente despierto puede escoger la carrera de escritor y acabar convertido en un Maurois cualquiera, pulcro y atildado. El muchacho francés habrá de dar los pasos requeridos, como si de un aspirante a notario se tratara, hasta publicar su primer libro. Gozará del respeto de sus compatriotas y ocupará un lugar en el imaginario francés. En España, en cambio, el escritor deberá huir de su ciudad natal y si, por casualidad o por el patrimonio heredado de sus padres, no envejece sumido en la pobreza, los demás le mirarán con odio. "Mira ese holgazán. Se ha pasado sin trabajar toda la vida. Y mira la pinta de feliz que tiene. Menuda sonrisa de cínico que tiene el tío gandul ése", comentará alguna vecina del barrio. Sin embargo, en la Feria de Abril no pasa esto. Cualquier foráneo comprende que aquí se ha llegado a fundir el fútbol y la cultura. Cuando Montherlant mezcló literatura y deporte, no sabía que años más tarde sus ideas fructificarían en Sevilla y en la feria.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.