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Tribuna
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La incierta victoria del PSOE

El resultado de las primarias socialístas del pasado viernes deja en ridículo las acusaciones de tongo y las profecías de pucherazo lanzadas por los dirigentes y publicistas del PP que daban por descontada la victoria de Joaquín Almunia. Como era inevitable, el secretario de Estado Rodríguez, dedicado a malversar los recursos presupuestarios de los contribuyentes al utilizar los servicios del Estado para propaganda partidista, batió todas las marcas; este sonriente competidor del maligno gato de Cheshire anunció solemnemente hace varias semanas el prefabricado triunfo del secretario general del PSOE con el 70% de los votos. A los recién llegados al regimen de libertades y a los manipuladores de la opinión pública les cuesta admitir que la incertidumbre es un rasgo esencial de la democracia: quizá la experiencia de las primarias le enseñe al pintoresco portavoz del Gobierno Aznar, si no cortesía (una misión imposible), al menos prudencia (lección útil para gatos escaldados). Borrell ha ganado las primarias con el 55,1% de los votantes (a su vez, el 54% del censo oficial) y con el respaldo de 14 de las 17 comunidades autónomas. El hecho de que su rival fuese el secretario general del PSOE y contase con el apoyo de Felipe González y de la gran mayoría de los dirigentes nacionales y territoriales de la organización confiere mayor mérito a su victoria. El principio democrático engendra incertidumbre precisamente porque su muelle real es la igualdad de los sufragios, emitidos de forma libre, secreta y directa; el voto de calidad, representado en esta ocasión por la plana mayor del PSOE, dejó de ser decisivo tras la superación del decimonónico liberalismo doctrinario. Tampoco se pueden ignorar los méritos de Almunia, que consiguió el 44,5% de los votos y que decidió someterse a las primarias sin que ningún precepto estatutario le obligase a dar ese paso.

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El procedimiento de las primarias implica indudables riesgos para los partidos. No sólo para sus cúpulas dirigentes, formadas por cooptación e instaladas inercialmente en el poder, sino también para su unidad, estabilidad y cohesión, rasgos organizativos altamente valorados por los votantes. Pero sería tan estúpido ignorar los potenciales perjuicios de esa innovación electoral para los intereses sectoriales de los partidos como infravalorar sus ventajas para el interés general de la sociedad en su conjunto. Almunia tuvo el arrojo de someterse voluntariamente a las primarias después de realizar un análisis de los costes personales y de los beneficios colectivos de una medida que ponía en juego su liderazgo, pero que servía al tiempo para movilizar al PSOE y para impulsar la democratización del sistema. Los socialistas pueden enorgullecerse de haber establecido un precedente que los demás partidos se verán obligados -antes o después- a imitar ante la presión de la opinión pública de los electores y de los propios militantes. Los famélicos argumentos dados por los dirigentes del PP (desde la excelsitud mayestática de su actual líder hasta el monolitismo a la búlgara de sus congresos posteriores a la defenestración por Fraga de Hernández Mancha) para justificar su resistencia a seguir el ejemplo del PSOE revelan el temor a las virtualidades del principio democrático. Los publicistas gubernamentales, por su lado, han convertido el término primarias en el rótulo de una idea platónica milagrosamente materializada de forma exclusiva en Estados Unidos: como si los partidos al estilo europeo no pudiesen incorporar a su estructura y a su funcionamiento prácticas democratizadoras emparentadas -aunque lógicamente distintas- con las experiencias norteamericanas.

Era inevitable que los ensayos iniciales de las primarias diesen lugar a efectos imprevistos favorables y a consecuencias no deseadas; mientras la buena acogida dada por la opinión pública figura entre las sorpresas positivas recibidas por el PSOE, la abierta competición intrapartidista entre Almunia y Borrell ha creado problemas tan inesperados como incómodos. Los socialistas mostraron, en cualquier caso, buenos reflejos para reaccionar ante esas situaciones inéditas y para rectificar a tiempo. La experiencia de las primarias vascas, por ejemplo, aconsejó prescindir del voto por correo, mecanismo fácilmente manipulable por el aparato en favor del candidato oficial. La Ejecutiva federal también tuvo el acierto de rectificar su decisión inicial de proponer a Almunia -secretario general del PSOE- como candidato institucional del órgano colegiado. El carácter experimental de las primarias se hizo también visible en los tonos y los contenidos de la campaña. No se trata, por supuesto, de embellecer un proceso que habrá registrado seguramente abusos y deficiencias. El análisis de la jornada del viernes permitirá corregir errores, ajustar detalles y comprobar si las garantías establecidas por el reglamento de las primarias aprobado hace un mes por el Comité Federal son suficientes para velar por la neutralidad de las labores de escrutinio y de recuento. Las reglas del juego democrático no pueden ser sustituidas por la confianza de los militantes en la dirección de unos partidos rígidamente jerarquizados: los casos de corrupción durante los 14 años de Gobierno socialista han enseñado que un carné de partido no equivale a un certificado de buena conducta. La alta abstención de la jornada (un 46%) hace presumir que el censo del PSOE está inflado: corresponde ahora averiguar las razones de esa anomalía.

Almunia y Borrell no lo tenían fácil. Los dirigentes y los publicistas del PP habían ocupado todas las salidas imaginables para arrearles sin compasión cualquiera que fuese su comportamiento: mientras unos gritaban ¡tongo! porque no corría la sangre, otros pronosticaban el estallido del PSOE cuando subía el tono de la polémica. Almunia y Borrell han logrado, sin embargo, moverse dentro del estrecho margen competitivo de la campaña defendien.

A partir de hoy, el PSOE afronta la difícil tarea de acomodar su funcionamiento interno a la realidad exterior puesta de manifiesto por las urnas. La interpretación de la victoria de Borrell como la heroica insurrección unánime de los socialistas honrados frente al felipismo es una interesada caricatura de los publicistas al servicio del PR Sólo el análisis poselectoral permitirá conocer los diferentes propósitos y motivaciones encerrados en ese bloque de voto heterogéneo. En cualquier caso, la pasión ciega a los más acérrimos adversarios de Felipe González, incapaces de admitir que un elevado porcentaje de militantes y votantes del PSOE respetan y admiran al ex presidente del Gobierno.

La victoria de Borrell sitúa en una incómoda posición a los dirigentes nacionales y territoriales que respaldaron a Almunia sin matices. Será preciso, además, resolver las disfunciones propias de la situación de bicefalia creada por el hecho de que la secretaría general y la candidatura a la presidencia del Gobierno recaigan en distintas personas. Los socialistas también deberán impedir, que la división coyuntural de los votantes de las primarias en dos bloques de 105.000 y 87.000 votos cristalicen en enfrentamientos territoriales o se consoliden como una fractura irreductible. Aunque la tarea no sea fácil, los políticos están para resolver este tipo de problemas. A pesar de que la retórica unanimista de los mítines tiende a disfrazar ficticiamente el pluralismo de la realidad con un ropaje monolítico, los partidos con complejas coaliciones de ideologías, estratos sociales, generaciones, territorios, intereses, ambiciones y propósitos. A partir de 1974, el PSOE renovado de Felipe González tuvo el talento necesario para metabolizar el socialismo histórico de Toulouse, la federación de grupos nacionalistas y regionales, el PSP de Tierno, la socialdemocracia de Fernández Ordóñez, sectores de cristianos para el socialismo y cuadros procedentes de la izquierda radical (PC, FLP, LCR, ORT y PT); incluso en las horas más altas de su hegemonía, tras la victoria electoral de 1982, el PSOE continuó siendo un mosaico galvanizado por un proyecto político común.

Sin duda, la prolongada etapa -14 años- de estancia en el poder y la titularidad unipersonal de la secretaría general y la presidencia del Gobierno hicieron fácil la tarea de contrarrestar las tendencias centrífugas del PSOE. Los socialistas entran ahora en una etapa muy distinta. Sería seguramente un error, tras las dos décadas de liderazgo carismático de Felipe González, tratar de repetir ese mismo modelo cambiando únicamente al protagonista. Parece mucho más razonable buscar una alternativa diferente basada en la complementariedad de Borrell y de Almunia, es decir, del candidato a presidente del Gobierno y del secretario general del PSOE. Los 200.000 militantes socialistas que votaron el pasado viernes constituyen el 2% del electorado potencial del PSOE; su doble respuesta a la pregunta ¿qué candidato puede conseguir más sufragios en las urnas? avala la tesis de un ticket formado por el ganador y el colocado de la jornada del viernes.

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