El embalse que viene
La construcción de una presa para abastecer Madrid amenaza este idílico paraje del alto Alberche
Días pasados, se informó en este periódico de que la Comunidad andaba tramando la construcción de una presa en el alto Alberche, allá por la Venta del Obispo (Ávila), a fin de asegurar el suministro de aguas de Madrid aún más de lo que ya lo está, que, según cuentas nada galanas, lo está para dos años de sequía pertinaz. Y también se dijo cómo la asociación ecologista Aedenat había hecho notar la sinrazón de querer acaparar un caudal que no es precisamente el del Amazonas con un antiecológico sexto embalse -aguas abajo están los del Burguillo, Charco del Cura, San Juan, Picadas y Cazalegas-, y ello no más que para aplazar un par de semanas, según sus cálculos, el desventurado día en que los madrileños -Dios no lo permita- tengamos que empezar a asperjarnos las axilas con botellitas de Perrier. Nadie sabría decir si está bien o mal que nuestros gobernantes se hayan vuelto de súbito tan extremadamente previsores, pero lo que está claro como el agua del alto Alberche es que domesticar un río bravo, no habiendo necesidad de ello -que no parece-, es agua para hoy y sed de naturaleza virgen para mañana, porque, a más del impacto inmediato sobre la flora y la fauna de la vega, raro sería que tras la crecida no sobreviniera otro diluvio de urbanizaciones como el que ha arruinado el entorno de los embalses mentados; eso si los ecologistas no arman antes la de Itoiz. En previsión de que estos parajes pierdan, por uno u otro motivo, la calma, proponemos un paseo sosegado por uno de los espacios que, según Aedenat, pueden salir de ésta malparados: el pinar de Hoyocasero.
Recostada en un estribo de la sierra de la Paramera, a 1.351 metros de altura, la aldea de Hoyocasero domina, como desde un balcón, el valle del Alberche y el murallón de Gredos, que lo cierra a mediodía: un paisaje granítico imponente, serio, de una solemnidad religiosa, que ladera abajo se dulcifica, sonríe casi, en un bosquete de pinos silvestres. A mediados del XIX, Madoz ya reparó en este "hermoso aunque pequeño pinar, de tan buenas maderas como las de Soria, donde se crían gran número de plantas medicinales". Documentos hay, en el Ayuntamiento, que acreditan sus 500 años, como mínimo, de antigüedad, y se dice que sus larguísimos troncos aprovecharon para mástiles de las naos de uno de los viajes de Colón. Medio millar de plantas superiores han sido registradas en este joyero botánico de apenas 150 hectáreas, algunas nuevas para la ciencia, como la zarza Rubus hoyoqueseranus.
Pasillo de árboles
A un kilómetro largo de Hoyocasero, yendo a Venta del Obispo, sale a la izquierda de la carretera una pista forestal que nos va a permitir descender en menos de una hora por el pinar al encuentro del Alberche. El arroyo del Pinar, primero, y el del Molinillo -que se bebe sus aguas-, después, nos acompañarán por este alto pasillo de pinos que, bien entrada la primavera, se pinta con los mil colores de las peonías, lirios de los valles, falangueras, pies de oso, martagones... Arriba, revuela el milano; abajo, el zorrito merodea. Hacia el final del pinar, la pista, reducida a una senda, cruza un ancho camino de tierra, salta el regato y, rodeando por la izquierda un praderío -un viejo y hermoso decorado de prados, regueras, almiares, cercas de piedra, seca y mojoneras-, sale de nuevo junto al arroyo a la altura de su desembocadura en el Alberche, que, todavía mozo, brinca y espumea sin sospechar sus prisiones. Muy cerca, no abajo, el molino del Guiso aún conserva su maquinaria, recuerdo de aquellos días en que el Alberche era aprovechado con mesura.
El verde ribazo del molino, a la sombra de una aliseda, es un lugar romántico y conforme para cavilar en el triste destino del Alberche: nace al norte de Gredos, a tiro de piedra del Tormes, y en vez de correr como éste hacia el Duero, lo hace hacia el Tajo dando un extraño rodeo a la sierra por el suroeste de Madrid y Toledo; no pudo elegir derrota más sedienta, como se ve, para su desgracia.
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