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Tribuna
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Los taxis

Dicen que sobran taxis en Madrid. Yo creo que faltan en algunas circunstancias: cuando llueve, en hora punta, durante largos fines de semana, al despuntar la mañana, cuando se juega un partido interesante, televisado, y si tenemos urgente precisión de uno de ellos. Claro que esto ocurre en toda tierra de garbanzos, de patés, salchichas, espaguetis o rosbifs. Hay 5.000 más de los necesarios, no obstante, y ello produce desazón en el gremio y sus aledaños, pues parece no estar claro su censo, y con frecuencia nos hablan de piratería, intrusismo y prácticas en abierta contradicción con la ética. Me tengo por un moderado usuario y pego la hebra con los conductores, de los que se aprende una barbaridad. Bueno, quizás ellos también se beneficien de nuestros conocimientos viarios, porque, la verdad, son escasos los que dominan la abstrusa asignatura de una ciudad en permanente crecimiento. Alguien me dijo no hace mucho que en Londres es requisito indispensable para obtener la licencia de taxista haberla recorrido, durante un periodo, quizás de un año, en bicicleta. Nunca lo había oído, la verdad, pero me parece una medida llena de sabiduría. Además, es preciso examinarse de suficientes nociones topográficas. Almaceno otro dato en la memoria al respecto: los taxis londinenses, aquellos austin legendarios, eran más altos que cualquier otro automóvil y la razón estaba en el uso generalizado de la chistera, hoy caído en el olvido. También disponían de mayor capacidad de giro -eso lo vi muchas veces-, pues en aquella extravagante capital, si la circulación lo permite, es posible cambiar de dirección en la misma calle. En compensación de ese relajo, las ordenanzas de tráfico son observadas con rigor.

Aunque hoy no se pueden aventurar teorías genéticas en estas materias municipales, no están lejanos los tiempos en que la mayoría, o un número bastante elevado, de los taxistas madrileños procedían de las provincias de Zamora y Palencia, como los serenos eran gallegos y asturianos, y catalanes, los corredores de comercio.

Mi deteriorado peculio, la verdad sea dicha, no permite el uso inmoderado del taxi, pues vivo entregado, casi totalmente, al transporte público urbano, como titular de un abono de la tercera edad, francamente útil y amortizado en la primera semana de cada mes, como creo haber reseñado en esta misma columna alguna vez. En ocasiones, sin embargo, el prurito -de oscuras raíces patógenas- de la puntualidad, y cierta desconfianza en el ritmo con que pasan los autobuses, me lleva a utilizar ese medio, con no desmentida satisfacción, pues al volante suelen instalarse pequeños filósofos urbanos, titulares de curiosos y aleccionadores puntos de vista acerca de multitud de materias. Son más charlatanes -perdón, comunicativos- los de edad madura. Quizás les pese el silencio, el aislamiento, durante largas horas, bien por causa de clientes reservados y adustos o por la estancia en las paradas, agotado el comentario con los colegas acerca de la próxima huelga, las penurias del sector o los problemas personales y futbolísticos. No lejos de mi domicilio he reparado en uno de estos vehículos que se detiene en zona prohibida, obstaculizando el acceso al portal desde la calzada. Nunca coincido con el conductor, pero hice un comentario sarcástico sobre la cuestión con el conserje de mi casa. "Es uno que trafica con las licencias", fue la respuesta desinteresada. No recuerdo si la expresión literal fue tal o "se ocupa de las licencias", pero, a tenor de lo que se habla últimamente, poco me extrañaría que, en un futuro próximo, amplíe su actividad, acuda en coche particular con chófer, o desaparezca, realizando las transacciones a través del fax. Añado que esta sospecha carece de base probatoria.

Una documentada información al respecto ha sido publicada en este diario hace muy poco. Con cierto asombro, que va siendo rutina, leí que el consejero de Obras Públicas está al cabo de la calle, en cuanto a la ilegalidad del tráfico de licencias, aunque declara, con énfasis, que en el asunto se está haciendo camino al andar y que "habrá que estudiar, con detenimiento, todos los aspectos". ¡Albricias!, no todo está perdido, que no se mueva nadie.

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