Rosa, Antonio y el chico del quiosco
Yo lo siento por los intelectuales, pero sigo encontrando un pozo de sabiduría en la charla con ciertas personas a las que habitualmente trato y cuyos conocimientos se basan, principalmente, en su vivir diario, al haber carecido de las oportunidades de otros o de haber sido más honrados que otros.El otro día, al ser fiesta, temprano, con poco público él y con tiempo libre yo, hablaba con mi amigo, el que me vende la prensa, sobre la envidia, ese deporte nacional. Y le comenté, a modo de ejemplo, lo que yo siento al no ser capaz de escribir o de pintar como muchos de mis admirados en esos dos terrenos.
"Bueno, lo de escribir, sí que es difícil y da envidia", me contestó; "lo de pintar, no, porque con eso se nace...". Así que ahora que acabo de terminar Plenilunio y estoy aún bajo los tremendos efectos de la que considero la obra más importante y con más fuerza que ha pasado por mis manos desde hace años, y que he comenzado La hija del caníbal, y aun llevando sólo la mitad leída, me encuentro ya totalmente sumergida en esa apasionante historia detectivesca y en todo su rico contenido humano, debo reconocer que, efectivamente, no sólo envidio a Rosa, a Antonio ¡y a tantos/as más!, sino que siento un tremendo respeto por las dificultades que entrañan el escribir como ellos/as lo hacen. Porque con eso no se nace, se hace.-
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