Delvaux, la soledad
El año pasado se conmemoró en su país el centenario del nacimiento del pintor belga Paul Delvaux y ahora, hasta el 14 de junio, sus lienzos se exponen en la Fundación Juan March (Castelló, 77 horario de mañana y tarde en días laborables). No se trata de un pintor conocido aquí, de modo que -yo penetré en la exposición sin prejuicios ni premoniciones y con un bagaje cultural casi inexistente, confieso, sobre su vida, obra y milagros. No estoy cualificado para la crítica pictórica, así que lo que consigno a continuación son las -Impresiones de un señor cualquiera que pasa por la calle, entra y ve. Me fascinaron desde el primer momento los desnudos, acaso por el morbo de su falta de morbo. Comenzando por la obra número 2, que se avista apenas iniciada la visita. Se titula Serie de personajes desnudos en un bosque, muy adecuadamente, porque lo que contemplan nuestros ojos es una serie, en modo alguno una comunidad. Niñas y adolescentes del género que antes llamábamos "bello sexo" (¡cualquiera osa ahora!), caballos al fondo y en primer término un varón efébico, desnudo, como las chicas y los equinos, y mostrando un sexillo tan liliputiense que da pena. Más desazón produce todavía el hecho de que estos seres se ignoran entre sí completamente, miran al vacío. En ninguna de las nínfulas aparecen trazas de vello púbico, capaz de soliviantar lo que antes llamábamos "bajas pasiones'', y el conjunto me pareció una representación perfecta de lo que antes llamábamos "limbo". "Este señor tenía que ser bastante rarito", me dije, y proseguí con lo que antes llamábamos "revista de comisario". El cuadro 3, Las amigas, nos ofrece unos pubisillos acaso angélicos e incluso arcangélicos (al final, jamás hemos logrado averiguar el sexo de los ángeles); el 4, La pareja, vuelve a sorprendernos con la indefinición entrepiernil. del varón y la rotundidad de su pectoral izquierdo, tan turgente como el de la muchacha que le acompaña, y sólo en el 5. descubrimos un pubis femenino más bien hirsuto, como es debido, pero, ¡ay!, la pobre chica está muerta. ¡No, no!, que el lienzo se titula La venus dormida y recoge un número de feria, ¡pasen y vean, señoras y señores! Lo que me ha llamado a engaño es que el público la contempla con recogimiento. La figura central, un hombre, aparece destocada, todos rezan. Mención particular merecen también los números 11, 12, 13 y 14, que encontré sobrecogedores. El hombre de la calle nos muestra un buen señor que pasea, de hecho, por el campo. A sus espaldas aparece un partenoncillo. Ante él, en primer plano, atisbamos dos desnudísimas "mujeres de bandera", que decíamos antes, mostrándole sus estupendos bottoms (las vemos frontalmente, pero se adivina la estupendez). Bueno,, pues él, que lleva bombín y parece un inglés despistado, avanza absortó en la lectura de su periódico e ignora a las girls, y a sus bottoms, olímpicamente.
Que luego crece y crece con Amanecer en la ciudad. Luz, grisácea, una mujer muy, muy jembra en primer plano... y contoneándose ante ella un pansy (ya que estoy tan fino y británico) no menos desnudo, con sus vergüencillas al aire y una posturita que no deja lugar a dudas sobre su auténtica condición. Más angustia y gelidez en Las fases de la luna II. Qué humillación la de aquella pobre chica, si no fuera a su vez tan rarita, tan zombi. Ella está sentada, empaños muy menores y con sombrero. Hay otros cinco personajes, todos masculinos, en la misma estancia, por cuya puerta, abierta de par en par sobre un paisaje selenita, se contempla la Luna, o quizá la Tierra. Ella espera, con infinita paciencia, pero ninguno de los cinco hombres le hace ni puto caso, con perdón.
El congreso constituye el apoteosis de la incomunicación. Vemos a varias mujeres, una vez más en pelotas vivas, mostrando sus encantos a la concurrencia. Sin embargo, los congresistas, tan vernianos como en el cuadro anterior y repetidos en algunos casos, están a lo suyo, dale que dale al magín, sin chispa de interés hacia las carnes femeninas allá expuestas. Vellos, curvas, montículos, oquedades, deliciosos parajes secretos, sexo ignorado.
No sé lo que pretendió Paul Delvaux. Sí lo que consiguió: una parábola perfecta de la soledad humana.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.