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Reportaje:VA DE RETRO

100 años del Colegio de Médicos

Beatriz López-Ocaña, un las primeras 'médicas' de la República, cuenta cómo era la medicina en los años veinte

En 1924, un profesor de anatomía de la Facultad de Medicina sacó a una de las escasas alumnas de su clase (la mayoría eran hombres) y le pidió que explicara los órganos sexuales masculinos. La joven contestó que ella no estudiaba guarrerías. Cuenta la anécdota la doctora Beatriz López-Ocaña, de 90 años, quien presenció, asombrada, la escena. Entonces, ella era adolescente y empezaba la carrera. "A las mujeres de principios de siglo nos inculcaban un pudor absurdo. Por fortuna, mi padre, socialista militante, era un hombre, de ideas avanzadas y me llevó desde niña a un colegio mixto donde me enseñaron a relacionarme con normalidad con el sexo opuesto y a no hacer el ridículo", comenta esta mujer, la única que ha sido distinguida con la medalla de oro del Colegio de Médicos de Madrid, institución que este año celebra su centenario. En 1931, ella y otras tres colegas que habían conseguido acabar la carrera protagonizaron un reportaje en una revista madrileña. "Las cuatro primeras médicas de la República son libres, independientes, dueñas de sí mismas y de su incierto porvenir. Pertenecen a la generación en la que España tiene puestos los ojos", escribía el periodista.

Cuando comenzó medicina, hace 74 años, la facultad estaba en el Caserón de San Carlos, en el mismo edificio que hoy ocupa el Colegio de Médicos, en la madrileña calle de Santa Isabel. Había estudiantes a los que no les agradaba tener chicas en clase, pero pronto cambiaron de opinión. "Las prácticas de disección comenzaron enseguida. Me nombraron jefa de mesa y nos pusieron delante un cadáver, desnudo lógicamente. Algunos compañeros se desmayaron. Yo aguanté el tipo, saqué el bisturí y comencé a abrir", relata esta mujer, que a pesar de su avanzada edad prefiere vivir sola.

En su época de estudiante había alrededor de mil médicos colegiados en Madrid y su situación laboral era bastante precaria, según explica Agustín Albarracín Teulón, profesor de Historia de la Medicina. "La mayoría de ellos estaba explotada por las sociedades médicas, las di las famosas igualas, y muchos no ganaban ni para la colegiación. Tanto es así que se hablaba de proletariado médico".

El ambiente andaba más que revuelto. Fueron los estudiantes de medicina quienes más violentamente se opusieron a la dictadura de Primo de Rivera, entre otros motivos porque éste había promulgado un decreto que obligaba a colegiarse para poder ejercer. "Los médicos eran muy progresistas y estaban a favor de la democracia. Entre nuestros profesores estaban Juan Negrín, Teófilo Hernando y Severo Ochoa. Los universitarios organizaban continuas algaradas y la policía llegó a disparar contra ellos. En el interior de la facultad se veían orificios de bala", recuerda López-Ocaña.

Lucha política

Hay cientos de fotografías de finales de los años veinte donde se observa a la policía a caballo y fuertemente armada en los alrededores de las calles de Atocha y Santa Isabel. La situación llegó a tal extremo que Primo de Rivera ordenó el cierre de la facultad en 1928 y sólo se abrió pata los exámenes de junio. "La antipatía de los médicos al dictador era mayoritaria", afirma Albarracín Teulón. "Se hizo una colecta popular para erigirle un busto, y se conserva una -carta en la que consta que ni el colegio como institución ni ningún médico aportó ni un duro para el monumento".

No existía, por otra parte, la Seguridad Social ni otro sistema público que asegurara una atención' digna a los enfermos. Los ricos acudían a las consultas privadas, muy caras y exclusivas. La clase media, a las denominadas sociedades de médico, botica y entierro, que explotaban al proletariado médico. Y a los pobres no les quedaba más recurso que los hospitales de beneficencia. "Hasta los años treinta no se empezó a hablar de seguro de enfermedad y no fue muy bien recibido por los médicos, que temían convertirse en asalariados y ser explotados por el Estado", señala el profesor.

"El enfermo que era pobre era un desgraciado", corrobora la doctora. "En el Hospital General (hoy Museo Reina Sofía) había salas de 60 o más camas donde se hacinaba la gente y había un hedor insoportable. Ingresaban en un estado lamentable, llenos de piojos y la mayoría tuberculosos. A los hospitales se iba prácticamente a morir. Había una prueba que consistía en pinchar la planta del pie. A muchos, de andar descalzos, se les había convertido en tal callo que las terminaciones, nerviosas no captaban el pinchazo".

"Los familiares no solían reclamar a los muertos y los llevaban directamente a la facultad", añade. "En lo que ahora es el jardín junto a la cafetería del Colegio de Médicos estaba el patio de caballos y ahí se amontonaban los cadáveres. Fue lo primero que me enseñaron y no se me olvida: había niños, jóvenes y viejos a los que nadie había cerrado los ojos. Cuando llegaba el buen tiempo el olor era muy desagradable".

Niños abandonados

Se casó en 1933 con un compañero de clase, Gonzalo Urgoiti, hijo del fundador del diario El Sol y de Espasa Calpe, y enviudó hace 22 años. Con él tuvo tres hijos y juntos trabajaron en su propio laboratorio de análisis. Pero antes ejerció como pediatra, su especialidad, en el asilo de San Rafael y en la inclusa de O'Donnell, "donde había un torno que daba a la calle para que las señoras elegantes pudieran dejar a los bebés sin que nadie les viera la cara. Se abandonaban cientos de niños". Y llegó la guerra civil. "Durante la contienda, la' directiva del Colegio de Médicos era de izquierdas pero defendieron siempre a sus colegas sin tener en cuenta su ideología", declara el historiador Albarracín Teulón. "Iban a visitar a los que estaban encarcelados y pedían clemencia por ellos. Hay un documento de. 1938 en el que la directiva, en ese momento, anarquista, solicita que se conmute la pena a un médico, condenado a muerte". Esta actitud contrasta con el pago que recibieron los médicos madrileños en 1939, al término de la contienda. "Fue terrible el rigor con el que se les juzgó. Se montaron 19 tribunales única y exclusivamente para depurarlos. Uno por uno fueron examinados y obligados a firmar su adhesión al Movimiento. Los acusados de pertenecer a las hordas marxistas fueron encarcelados o se les prohibió el ejercicio de la medicina. Todavía en 1941 continuaban las depuraciones".

"Fue una barbaridad. No hay quien pueda contar todo lo que sucedió", subraya López-Ocaña, sobrina del líder socialista Julián Besteiro, quien le había pagado a plazos el título de medicina. Murió en una cárcel franquista en 1940. "Yo vivía aterrada y veía espías por todos lados. Corté en trocitos el traje de carabinero de mi marido y lo arrojé por el water. La posguerra fue terrible y la larga dictadura fue un calvario para los que pensábamos de otra manera".

Menos mal que los avances médicos le dieron algunas alegrías: la llegada de los antibióticos a mediados de los años cuarenta (conserva cartas del doctor Fleming), los nuevos tratamientos contra el cáncer y los trasplantes de órganos. "La penicilina fue una revolución. Porque ahora se habla del sida pero en mi época había sífilis y antes de los antibióticos era una enfermedad de consecuencias terribles y finalmente mortales. Pero lo que más me ha impresionado han sido los trasplantes. Si me lo llegan a contar en la facultad no me lo hubiera creído''.

Se muestra especialmente satisfecha de que en la actualidad el 40% de los 27.500 médicos madrileños sean mujeres. Dedica la mayor parte del tiempo a la lectura y en su casa los libros ocupan casi todo el espacio, incluso el suelo. "'He tenido la suerte de que siempre me ha gustado leer. Así llega una a vieja y tiene donde agarrarse", concluye.

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