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Tribuna
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El arte

En los últimos días he leído dos libros con arquitectos y arquitecturas. El primero es de Óscar Tusquets, Todo es comparable, y efectivamente se habla de casi todo lo que es incomparable. El otro es una compilación de biografías -Vidas construidas- desde Brunelleschi a Le Corbusier, que han redactado Anatxu Zabalbeascoa y Javier Rodríguez. Los textos se cruzan en varios puntos, pero sobre todo en el acuerdo íntimo sobre un nuevo examen, más vital, del artista. Porque ¿cómo que no tendrá relación la estética con la vida íntima? ¿Cómo que el pensamiento, los amores, la vesícula, no tienen nada que ver en la producción de Fidias, Kafka o Rousseau? La pretensión de hacer de los hombres y de las mujeres centauros o sirenas, con medio cuerpo destinado a una cosa y el otro a la contraria, es más que una monstruosidad. Puede que esa ciencia bicéfala se aceptara antes, pero ahora, personalizados todos ¿cómo no adentrarse en la iridiología de cada cual para deducir los colores de un cuadro, las variaciones de una sinfonía o los laberintos de una catedral? Vidas construidas posee el título exacto para invertirse en constructos vitales. Miguel Ángel resurgió a la creación tras enamorarse de un joven cuando tenía 50 años, Bernini se abrasó una pierna ante SUS ayudantes para que conocieran en vivo el rictus del sufrimiento y pudieran cincelar el rostro de san Lorenzo. Ninguno podía imaginar la vida apartada de la obra, en un gabinete sin su olor. La peste, la efusión, la melancolía han afirmado o denegado, para bien o para mal, los artículos que fueron segregando desde sus centros únicos. Borges decía: "He cometido el peor de los pecados que el hombre puede cometer: no he sido feliz". ¿Y quién podría negar que, -a la luz de esta certeza, su arte, línea a línea, se revela más nítido y preciso al corazón del lector?

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