Volver
En Madrid hay muchos sitios donde te ponen parches, agujas, te hipnotizan o te ralentizan para que dejes de fumar. Pero no hay ninguno donde te ayuden a regresar al dulce hábito. Un fallo, sobre todo ahora que la gente vuelve de las vacaciones de Semana Santa, o mortuorias, con propósito de enmienda y, dolor de corazón. El retiro sirve, sobre todo, para meditar sobre la vida y perseverar en los antiguos errores. Supongamos que usted ha decido fumar de nuevo y que necesita colaboración para dar ese paso definitivo. Pues bien, hemos investigado y no hay acupuntura, ni reflexoterapia, ni yoga mental; nada de nada, en fin. Se lo tiene que hacer uno solo, en plan autodidacta u onanista, con los peligros que supone el vicio solitario: desde quedarse ciego hasta perder el bulbo raquídeo por licuefacción.Para empezar, si me permite usted un consejo, cómprese un paquete de su marca preferida y un mechero Bic, de usar y tirar. Introduzca ambos objetos en el bolsillo de la chaqueta o del pantalón y recorra la ciudad sintiendo en el muslo o en el pecho el latido de cada uno de los 20 cigarrillos, que son 20 bombas que le están diciendo enciéndeme. Respire hondo mientras piensa en el instante supremo de esa primera calada que le nublará la vista, métase en un bar oscuro, con piano, y pida una bebida alcohólica de alta graduación. Dé un sorbo al whisky o al coñac. Saque el paquete de donde lo tenga escondido y tire de la cinta roja del precinto con el cuidado con el que de pequeño se arrancaba una costra de la rodilla. Enseguida aparecerán esos puntitos de sangre con sabor eléctrico. Rasgue ahora la dermis del paquete, o papel de plata, con la expresión del que levanta un apósito, extraiga uno de los cilindros aromáticos y juegue con él entre los dedos.
Es conveniente que en el piano suenen las notas de una canción desgarrada, o de una canción a secas (el desgarro, como la cama, siempre puede ponerlo usted). No viene mal un poco de desesperación. Según las estadísticas, las personas que alcanzan la conclusión de que la vida carece de sentido recuperan el hábito de fumar antes que las que han logrado dotarla de una dirección determinada. A este efecto, no deja de resultar curioso el alto porcentaje de curas católicos que fuman. Y ahora enciéndalo. Está usted solo, desde luego, en la barra del bar, pero se puede imaginar miles de rostros pendientes de la llama de su mechero. Quizá la primera calada que le dé al cigarrillo sea una calada colectiva, de la que se aprovecharán sus amigos muertos o desaparecidos, sus novias o novios de la antigüedad, sus compañeros del barrio o del colegio desperdigados por la vida. La nicotina pone los neurotransmisores a cien, así que no le extrañe que bajo sus efectos se produzca un desfile de fantasmas por las letrinas de su memoria. No vienen a pedirle cuentas, sino a que usted se las pida a ellos. Puede ahora reprocharles su mezquindad, su pequeñez, su miseria, su falta de valor disfrazada de dignidad. Ahora que ha vuelto usted a fumar y no tiene ya nada que perder puede ajustar cuentas con su pasado sin contemplaciones. Pida otra copa y encienda un cigarrillo más. Se acabó la abstención, la corrección política. A la mierda.
Abandone el bar y regrese al barrio de su adolescencia con el cigarro colgando de la comisura como el asta de una bandera derrotada. Todo estaba perdido de antemano, pero le hicieron creer que las cosas podrían arreglarse si dejaba el tabaco. Mentira. Han ido a peor. Todo va a peor. De hecho, hoy, que es Domingo de Resurrección, están cayendo como chinches en la carretera. Resucite usted, pues, y recorra los barrios de Madrid que más le duelen. Vuelva a esos empedrados antiguos hoy mismo, Domingo de Resurrección, e incéndielos también para fumarse las calles de una sola calada, con desesperación de película.
Ese tercer cigarrillo que se lleva a la boca al contemplar la tapia de su antiguo colegio es en realidad el tercero de su adolescencia maltratada. Vénguese de nuevo de los otros en sí mismo, aspire el amargo sabor del fracaso. Quién nos iba a decir que el tabaco podría devenir en algo tan romántico. Domingo de Resurrección y treinta muertos o cuarenta. Qué hace usted vivo, hombre de Dios. Desespérese al menos. Madrid le ayuda.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.