_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Va en serio

Cuando comenzaba el año, las cosas distaban mucho de plantearse como ahora. Joaquín Almunia seguía diciendo que no tocaba hablar de candidato a la presidencia y los barones del PSOE miraban con ojos golositos a Felipe González. Luego, a finales de enero, todo comenzó a precipitarse. El presidente de la Junta de Extremadura dijo en alta voz lo que otros rumiaban en silencio: "No descarto a González como candidato y pongo su nombre encima de la mesa". Almunia reaccionó: convocaría unas primarias, aunque nadie había pensado todavía que llegara a celebrar se una elección abierta y competitiva.El último en pensarlo era el mismo Almunia. Secretario general del PSOE por designación de González, ratificada, como de costumbre, por un congreso, Almunia buscaba un respaldo suplementario para fundir de nuevo las dos figuras de máximo responsable del partido y de candidato a la presidencia del Gobierno que el agónico irse sin marcharse de su principal valedor había separado. No bastaba que ese respaldo procediera de la ejecutiva ni del comité federal, criaturas del mismo congreso. Lo necesitaba, o creía necesitarlo, de la base, de la militancia. Y aunque nada le obligaba a dar el paso de convocar unas primarias lo dio. Es una iniciativa que le honra.

Más información
Borrell apela a las bases socialistas frente al apoyo de González, a Almunia

Pero lo dio en el buen entendido de que sólo se presentaría un candidato, al que la comisión ejecutiva entregaría su apoyo total y sin fisuras. El mismo Almunia confesó que le habría gustado un solo candidato en las primarias vascas, o sea que le habría gustado que las primarias no fueran tales, sino un remedo de lo que ocurre en el ámbito cerrado del congreso: se presenta una candidatura y los delegados la votan. Eso es lo que pasa hoy en todos los partidos: elegir significa ratificar con una papeleta una decisión, tomada previamente por el restringido círculo de los que mandan. La costumbre invitaba a convocar una elección según el modeló de referéndum.

Y aquí es donde irrumpe José Borrell, un candidato que no ha sido invitado por nadie y que a nadie ha pedido la venia, pero que tiene posibilidades reales no ya de conseguir un buen resultado, sino de ganar. Las tiene, ante todo por él mismo, por sus dotes de polemista, la superior articulación de su discurso, la eficacia de su gestión y esa especie de socialismo premarxista, de ingeniería social, que tan bien conecta con la cultura política del afiliado medio; pero las tiene además porque, siendo hombre de partido y, miembro de dos ejecutivas, no lo es de aparato ni de clan y, en consecuencia, los afiliados no percibirían su eventual triunfo como un riesgo para la organización, que saben en manos de dirigentes honestos y experimentados.

Ahí radica quizá la razón del susto que este inesperado aguafiestas ha disparado en las altas esferas del PSOE. Si Borrell aparece más vivo políticamente, más vigoroso y resuelto, más atractivo para una militancia afásica y desmoralizada, y si no se presenta como competidor del secretarlo general en lo que tiene de responsable de la organización, sus posibilidades de ganar se multiplican. Un afiliado medio podría incluso pensar que con Borrell y Almunia tendría el tándem ideal para espantar de una buena vez los fantasmas del pasado: un dirigente sólido al frente del partido y un tipo con empuje político para la presidencia del Gobierno.

Y así se echaron a volar todas las expectativas hasta que el máximo dirigente orgánico avisó a los afiliados: ojo, amigos, nada de bromas; si no me elegís, me voy de la secretaría general. Con esa amenaza se presentó Nicolás Redondo Terreros a las primarias vascas y con ella amagó Almunia en las españolas. Luego, ha reconsiderado la situación y, tras afirmar que la ejecutiva tenía el derecho y la obligación depronunciarse por un candidato, sigue rectificando en aras de su propia credibilidad. La última trinchera es que cada cual se pronuncie a título individual. Las cosas, pues, van en serio: habrá verdaderas elecciones internas. Es el primer tanto de Borrell haberlo conseguido. -

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_