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Tribuna
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Primarias

La convocatoria y celebración de primarias para designar los candidatos del partido socialista es un éxito por cuya iniciativa y deseable feliz resultado todos los demócratas debiéramos alegrarnos. Cualquiera que sea su conclusión en y para el PSOE, el ejemplo será difusivo y constituirá un factor decisivo en la democratización de los partidos políticos españoles, hoy por hoy, verdadero cuello de botella de la participación ciudadana en el sistema político y causa del progresivo alejamiento de los ciudadanos respecto de las instituciones representativas de que dan cuenta los sondeos demoscópicos.Nuestros partidos están gobernados en su fase fundacional por dirigentes carismáticos que, merced a su calidad de tales, son capaces de empalmar con el electorado por encima de las propias organizaciones partidistas. Después, desaparecidos éstos, les sucede una dirección burocrática, ya caudillista, ya oligárquica. Los partidos se tornan burocráticos, jerarquizados y monolíticos. Cualquier disidencia se califica de traición, y la paranoia dirigente termina considerando disidencia la mera capacidad de juicio. Tras la competición, el comité sancionador; después, el silencio unánime. El empobrecimiento colectivo es la inevitable consecuencia.

Mientras a los candidatos de los partidos los designe la, burocracia dirigente, y ésta se reclute por Cooptación, sin contacto alguno con la base, el sistema no cambiará. Pero las primarias suponen una innovacion radical. Cualquiera que sea el resultado de una elección, se sabrá qué peso tiene cada cual en la opinión de militantes y simpatizantes. Nadie podrá ser el único gallo del corral, ni sus potenciales rivales podrán ser marginados y menos expulsados, sino que tendrán que ser integrados como colaboradores, con ventaja de todos.

Eso es lo importante de las primarias, siempre que se celebren con las debidas garantías de participación y limpieza y se acepten lealmente sus resultados. Así funcionan en Estados Unidos y, de hecho, los congresos de los grandes partidos británicos tienden a asemejarse a ellos. La democracia española requiere otro tanto. Sustituir el congreso previamente domesticado y las candidaturas únicas por un sistema competitivo en el que el triunfador lo sea de verdad, no por sucesión ni autoproclamación, los vencidos asuman lealmente los resultados y se les acepte no como rivales a vigilar y penalizar, sino como representantes de una minoría con la que contar. Parece que ésa es la vía que está siguiendo el partido socialista, y es de desear, desde laderas bien distintas a la suya, que siga por ese camino y que su ejemplo cunda.

Por de pronto, lo cierto es que la experiencia de las primarias le está permitiendo ocupar, con noticias positivas y risueñas, las primeras páginas de la actualidad nacional. Incluso los medios de comunicación están aprendiendo que la competencia leal es una virtud política y que el paradigma de los partidos unidos no es la disciplina de los regimientos.

Pero después de tanto parabién permítase al espectador un mohín de disgusto. En las primarias en curso y en cualquier otra que se celebre sería preciso que los cándidatos objetivaran su mensaje, cuanto más mejor. Que no hablen de adversarios sino de programas. Que, como es propio de lo que antes se llamaba caballeros y ahora ciudadanos, traten de cosas y no de personas, y menos aún de sí mismos. Sin duda, eso no es fácil y por de pronto tiene menos eco en una opinión pública cuyo antecedente más determinante son las plazas de toros. Pero, si lo hacen, contribuirán decisivamente a lo que todavía falta a nuestro sistema político: tras democratizarlo, civilizarlo.

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