Kosovo y nosotros
La nueva crisis en los Balcanes derivada de la brutal represión ejercida por Milosevic en la región de Kosovo ha vuelto a poner en un brete, una vez más, a los países democráticos y, más concretamente, a la Unión Europea. Al igual que sucediera en Bosnia, la que está en juego no es sólo la capacidad de la Unión Europea para resolver el conflicto, sino, sobre todo, su propia dignidad. Y lo es con más razón, si cabe, que en el caso bosnio, dadas las peculiares circunstancias que se dan en este nuevo conflicto.En primer lugar, no conviene olvidar que llueve sobre mojado. ¿Se imaginan ustedes una segunda guerra civil en España, a los dos años de acabar la primera? Pues ése parece ser el giro que están tomando los acontecimientos en Kosovo, si alguien no lo remedia urgentemente. El mismo dictador cuya actitud expansionista dio pie a una guerra como la de Bosnia en la que se han producido 200.000 muertos, un millón de refugiados expulsados del país y 650.000 personas desplazadas de sus hogares, amén de gravísimos e innumerables efectos colaterales en personas y bienes, no ha tenido empacho alguno en desafiar, una vez más, a toda la comunidad internacional. Una cosa así sólo es capaz de hacerla o un demente o alguien consciente de la debilidad y vulnerabilidad de esa comunidad internacional y, particularmente, de la Unión Europea. Me temo que, en el caso de Milosevic, prima más lo segundo que lo primero.
Por ello, Europa no puede ampararse, una vez más, en el eufemismo del asunto interno para obviar sus responsabilidades en este conflicto, y ello por varios motivos. De una parte, a estas alturas no tiene sentido el mantenimiento de una separación tan rígida entre lo interno y lo externo. Cualquier actitud que haga prevalecer el principio de la soberanía nacional sobre el respeto a la dignidad humana resulta, en este caso, radicalmente contraria a los más elementales principios de justicia.
A ello hay que añadir que la represión de Milosevic contra la mayoría albanesa de Kosovo supone no sólo una vulneración del derecho interno, sino, incluso, una violación flagrante del derecho internacional. Kosovo mantenía, desde 1974, el estatus de región autónoma dentro de la República Federal Yugoslava. Pues bien, Milosevic no sólo suprimió, en el ámbito interno, el estatuto de autonomía en 1990, sino que, además, implantó un sistema de apartheid mediante el despliegue de más de 40.000 policías y grupos paramilitares, violando así normas propias del derecho internacional.
Dejando al margen el problema de su conveniencia o no en términos políticos, y ciñéndonos exclusivamente al ámbito jurídico, parece bastante evidente que la actual situación de Kosovo da pie para la aplicación de uno de los supuestos previstos por las normas internacionales para el reconocimiento del derecho de autodeterminación. Tal supuesto se refiere a la situación de "una población de un territorio distinto dentro de un Estado soberano cuyo Gobierno viola el principio de la igualdad de derechos, excluyendo a los miembros de ese grupo étnico formado por la amplia mayoría de ese territorio distinto, de la representación del Gobierno en base al principio de una persona, un voto".
Sea cual fuere la solución jurídica y política definitiva, lo que está claro es que Europa no puede ni debe permanecer de brazos cruzados una vez más. En su trabajo An agenda for peace, publicado en 1992, el ex secretario general de la ONU Butros Gali establecía tres diferentes niveles de actuación en orden al peace-building o logro de la paz. El primero de ellos consiste en una labor de diplomacia preventlva, dirigida a evitar el estallido de conflictos. Es evidente que tal labor resulta ya imposible, una vez más, en el caso de Kosovo. El segundo nivel consiste en la realización de una labor de peacemaking, es decir, de tratar de hacer posible, una vez que ya ha estallado el conflicto, que las partes contendientes lleguen a un acuerdo pacífico a fin de resolver el problema.
Sin embargo, la responsabilidad de la Unión Europea no debe limitarse simplemente al logro de un acuerdo capaz de neutralizar provisionalmente el conflicto. Su acción debe ir mucho más allá y para ello ha de implicarse de lleno en una labor de peace-keeping, es decir, en una presencia activa, que incluiría si fuere preciso una intervención policial o militar directa en el propio territorio de Kosovo.
La Unión Europea se halla todavía a tiempo para poder intervenir en estas dos fases, pero debe hacerlo ya, sin dilaciones y de forma decidida. Kosovo es parte de Europa y por ello la Unión Europea no puede pasar, una vez más, por un bochorno y una vergüenza tan lamentables como las sufridas en el caso de Bosnia. Los ciudadanos europeos no deberíamos permitírselo, en ningún caso.
No hay que olvidar que todos estos niveles de actuación no son sino un instrumento, una herramienta en manos de la comunidad internacional y, en este caso, de la Unión Europea, a fin de hacer efectivo el objetivo final, que no es otro que el logro de una paz justa basada en el respeto de los derechos humanos. El concepto de seguridad y, más concretamente, el de seguridad internacional, no debe ser considerado tanto como una condición estática cuanto como un proceso dinámico de desarrollo de ciertos valores que tengan en cuenta la situación existencial de los individuos, los grupos y, en definitiva, la especie humana.
Por ello, la Unión Europea no puede adoptar, como ocurre con demasiada frecuencia, una postura de realpolitik. Una cosa es ser realista y adaptar la labor de pacificación a las circunstancias que concurren en cada caso concreto. Se trataría, en este caso, de un realismo no reñido con el derecho y la moral. Otra muy diferente, mantener una postura cínica basada en un cálculo estratégico de intereses, de correlación de fuerzas o de posiciones de poder. Y es que, parafraseando a Edgar Morin, más allá de los Milosevic de turno, el enemigo principal de Europa "está en nosotros: es nuestra futilidad, nuestro modo de vivir al día, nuestra catalepsia, nuestra descomposición, nuestro fatalismo. Es el único enemigo contra el cual podemos luchar de modo directo frontal".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.