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Tribuna
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El absurdo

Extraños sucesos ocurren a mi alrededor. Mis amigos desaparecen, mis vecinos se van de la ciudad sin dejar rastro, mi portero es sustituido por una sucursal del Banco Bilbao-Vizcaya; aquella íntima amiga, casi hermana, con quien hablo todos los días ha cambiado de domicilio sin avisarme; Barcelona está vacía, en Los Ángeles retumba el silencio a la hora de mayor actividad, y yo ya no sé quién soy, ni de dónde vengo, ni a dónde voy. No se trata de una conspiración contra mí, ni de una conjura, ni de una reunión. No es Superman, ni es un pájaro, ni es un avión. No soy la heroína de Luz de gas, ni de Atormentada, ni de Vértigo. Y les juro, además, que no he bebido, porque estoy a dieta.Luego ¿qué es lo que pasa? Que Telefónica está como nunca. Aparte de los ruidos estrafalarios y conversaciones ajenas que se cuelan en mi receptor -hasta el punto de que a veces intervengo para aconsejar a unos desconocidos acerca de la mejor forma de hundir su matrimonio- y de los errores que convierten al portero de mi casa en un bancario, he de soportar a diario la tortura de -un par de grabaciones que se alternan en comunicarme que la persona con la que acabo de hablar y a quien he olvidado contarle algo es un producto de mi imaginación. "Esta línea no corresponde a ningún abonado" es una de las variantes. La otra es: "El número que ha marcado no corresponde a ninguna línea".

No sé cómo se las arregla Jaws Villalonga cuando tiene que telefonear a tanto socio como se está buscando; pero sí sé por qué no atiende a los trabajadores de su empresa: su línea debe de haber sido engullida por la nada en que la compañía se desliza, presa de un ave de presa que carece de interés por el cliente y por el empleado.

Perdonen que les escriba sobre estas cosas. Pero no iba a telefonearles.

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