"Queremos que los albaneses estén juntos"
Los oprimidos habitantes de Kosovo confían en unificarse antes o después con la vecina Albania
ENVIADO ESPECIAL"Queremos evitar cualquier guerra, pero queremos que los albaneses estén juntos". La respuesta, expresada a coro por un nutrido grupo de hombres que instalan el alcantarillado de Botusha, un pueblo remoto de Kosovo a tiro de piedra de la frontera albanesa al que la emigración ha hecho singularmente próspero, es tan rotunda como espontánea. Y se repite en otros lugares. Expresa un sentimiento difícil de medir, crecientemente compartido y de gran alcance político: el de que más tarde o más temprano los oprimidos albaneses de Serbia acabarán uniéndose con la vecina Albania, uno de los eventuales desenlaces de esta crisis que Washington y sus aliados europeos prefieren no considerar.
Al otro lado de las montañas, a una hora de marcha por las cimas nevadas que dominan Botusha, está Tropoje, el lugar donde nació el ex presidente albanés Sali Berisha y bastión de su clan. Pese a las protestas de Montenegro, Belgrado ha sellado militarmente hace diez días sus fronteras con Albania, a raíz de la represión desatada por las fuerzas de Slobodan Milosevic en la zona de Drenica. También las tropas de Tirana, o lo que queda de ellas tras la descomposición del Estado hace un año, están en alerta al otro lado de la línea divisoria. El secretario general de la OTAN, Javier Solana, visitó Albania el jueves pasado para apelar a la calma y prometer el apoyo de la alianza occidental a la reorganización de su maltrecho Ejército.
Las emociones étnicas se descontrolan pronto y la efervescencia albanesa en Kosovo y el temor a sus vastas implicaciones regionales han disparado las alarmas occidentales. En Djakovica, una activa capital comarcal de la franja fronteriza entre Serbia y Albania, el responsable del principal partido albanés, la Liga Democrática, asegura que el concepto de Gran Albania -la unión de todos los hijos dispersos- "es una invención de la propaganda serbia".
Pero al final, en un lenguaje elaborado y calculadamente ambiguo, Bardhyl Qaushi, profesor de Derecho en la facultad sumergida de Pristina, viene a decir lo mismo que los campesinos de la cercana Botusha, que a medio plazo, tras una etapa de neutralidad hacia Belgrado y Tirana, es inevitable que los albaneses de Kosovo se unan con Albania. "Los lazos emocionales son muy fuertes, la mitad de las personas de aquí tienen familiares al otro lado de las montañas... Los últimos asesinatos de la policía serbia han venido a empeorarlo todo".
Qaushi no considera posible ni aceptable en las condiciones actuales un cambio de fronteras. "Pero la independización de Kosovo es legítima y realista, y con el tiempo las potencias occidentales entenderán nuestra posición. Incluir ahora la soberanía de todos los albaneses, los de Macedonia y Montenegro, sería maximalista". Su partido, el del presidente Ibrahim Rugova, que espera ser ratificado el 22 de marzo como jefe de los albaneses de Kosovo, lamenta la derrota del dictador Sali Berisha, "pese a sus errores"; "porque los líderes anteriores estaban más dispuestos a defender los intereses de los kosovares que los actuales".
El Gobierno albanés, dirigido por el ex comunista Fatos Nano, ha cambiado la perspectiva con que Berisha contemplaba la cuestión de Kosovo, apoyando a la vez al moderado Ibrahim Rugova y las aspiraciones independentistas de los kosovares. Nano, enfrentado a la formidable tarea de reconstruir Albania desde las cenizas, transmitió en noviembre pasado a Slobodan Milosevic, con ocasión de una cumbre balcánica en Creta, que Kosovo es un tema que se debe solucionar entre Belgrado y Pristina.
Djakovica, entre Pec y Prizren, es un punto emblemático de la provincia serbia de Kosovo. Con un 98% de albaneses, su población es "étnicamente pura". Los ubicuos controles de carreteras de la policía serbia dificultan el acceso a esta ciudad de 75.000 habitantes (140.000 con sus alrededores), a un escaso centenar de kilómetros al suroeste de Pristina y cuyo activo centro comercial es el trasunto fiel de un bazar turco. A diferencia del resto de Kosovo, en esta franja fronteriza los albaneses católicos predominan sobre los musulmanes, sus templos se mezclan, las familias con diez hijos son comunes. "Aquí hay dos tipos de categorías: o patriotas, o espías", sentencia un comerciante local. "Se ignora todo lo que Serbia representa, su misma existencia".
Albania y Serbia, pese a la pragmática actitud de Fatos Nano, son enemigos históricos. Sus imposibles pasos fronterizos son los propios de países hostiles. A unos ocho kilómetros de Djakovica, por un empinado camino de guijarros sin señalización alguna, se llega al puesto de Chafa Prushit, cerrado por Belgrado como todos los demás para impedir la entrada de albaneses armados soliviantados por la represión serbia contra sus hermanos de sangre en Kosovo. Ambos lados del camino, sólo recorrido por algunos camiones con mineral de cromo procedentes de Albania, esconden ahora centenares de pirámides de hormigón de metro y medio de altura destinadas a bloquear el paso de tanques. En las cumbres nevadas que dividen a los dos países, de más de dos mil metros, se alinean las torretas de vigilancia del Ejército serbio, cuyo cuartel en Djakovica alberga decenas de vehículos acorazados.
En los últimos meses, algunas aldeas del lado serbio se han ido despoblando debido a las saqueos regulares de bandas armadas, que casi todos consideran procedentes del otro lado de las montañas, el más pobre y violento de Albania.
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